BALADA DE LA PRIMERA NOVIA
(Por Alejandro Dolina)
El poeta Jorge Allen tuvo su primera
novia a la edad de doce años. Guarden las personas mayores sus sonrisas
condescendientes. Porque en la vida de un hombre hay pocas cosas más serias que
su amor inaugural.
Por cierto, los mercaderes, los
Refutadores de Leyendas y los aplicadores de inyecciones parecen opinar en
forma diferente y resaltan en sus discursos la importancia del automóvil, la
higiene, las tarjetas de crédito y las comunicaciones instantáneas. El
pensamiento de estas gentes no debe preocuparnos. Después de todo han venido al
mundo con propósitos tan diferentes de los nuestros, que casi es imposible que
nos molesten.
Ocupémonos de la novia de Allen. Su
nombre se ha perdido para nosotros, no lejos de Patricia o Pamela. Fue tal vez
morocha y linda.
El poeta niño la quiso con gravedad y
temor. No tenía entonces el cínico aplomo que da el demasiado trato con las
mujeres. Tampoco tenía - ni tuvo nunca- la audacia guaranga de los papanatas.
Las manifestaciones visibles de aquel
romance fueron modestas. Allen creía recordar una mano tierna sobre su mentón,
una blanca vecindad frente a un libro de lectura y una frase, tan solo una:
"Me gustas vos." En algún recreo perdió su amor y más tarde su
rastro.
Después de una triste fiestita de fin
de curso, ya no volvió a verla ni a tener noticias de ella.
Sin embargo siguió queriéndola a lo
largo de sus años. Jorge Allen se hizo hombre y vivió formidables gestas
amorosas. Pero jamás dejó de llorar por la morocha ausente.
La noche en que cumplía treinta y tres
años, el poeta supo que había llegado el momento de ir a buscarla.
Aquí conviene decir que la aventura de
la Primera Novia es un mito que aparece en muchísimos relatos del barrio de
Flores. Los racionalistas y los psicólogos tejen previsibles metáforas y alegorías
resobadas. De ellas surge un estado de incredulidad que no es el más
recomendable para emocionarse por un amor perdido.
A falta de mejor ocurrencia, Allen
merodeó la antigua casa de la muchacha, en un barrio donde nadie la recordaba. Después
consultó la guía telefónica y los padrones electorales. Miró fijamente a las
mujeres de su edad y también a las niñas de doce años. Pero no sucedió nada.
Entonces pidió socorro a sus amigos,
los Hombres Sensibles de Flores. Por suerte, estos espíritus tan proclives al
macaneo metafísico tenían una noción sonante y contante de la ayuda.
Jamás alcanzaron a comprender a quienes
sostienen que escuchar las ajenas lamentaciones es ya un servicio abnegado.
Nada de apoyos morales ni palabras de
aliento. Llegado el caso, los muchachos del Ángel Gris actuaban directamente
sobre la circunstancia adversa: convencían a mujeres tercas, amenazaban a los
tramposos, revocaban injusticias, luchaban contra el mal, detenían el tiempo,
abolían la muerte.
Así, ahorrándose inútiles consejos, con
el mayor entusiasmo buscaron junto al poeta a la Primera Novia.
El caso no era fácil. Allen no poseía
ningún dato prometedor. Y para colmo anunció un hecho inquietante:
- Ella fue mi primera novia, pero no
estoy seguro de haber sido su primer novio.
- Esto complica las cosas- dijo Manuel Mandeb, el polígrafo. - Las mujeres recuerdan al
primer novio, pero difícilmente al tercero o al quinto.
El músico Ives Castagnino declaró que
para una mujer de verdad, todos los novios son el primero, especialmente cuando
tienen carácter fuerte. Resueltas las objeciones leguleyas, los amigos
resolvieron visitar a Celia, la vieja bruja de la calle Gavilan. En realidad,
Allen debió ser llevado a la rastra, pues era hombre temeroso de los hechizos.
- Usted tiene una gran pena- gritó la adivina apenas lo vio.
- Ya lo sé señora... dígame algo que yo
no sepa....
- Tendrá grandes dificultades en el
futuro....
- También lo sé....
- Le espera una gran desgracia....
- Como a todos, señora....
- Tal vez viaje....
- O tal vez no....
- Una mujer lo espera....
- Ahí me va gustando... Donde está esa
mujer?
- Lejos, muy lejos... En el patio de un
colegio. Un patio de baldosas grises.
- Siga... con eso no me alcanza.
- Veo un hombre que canta lo que otros
le mandan cantar. Ese hombre sabe algo....Veo también una casa humilde con
pilares rosados.
- Que más?
- Nada más... Cuanto mas yo le diga,
menos podrá usted encontrarla. Váyase. Pero antes pague.
Los meses que siguieron fueron
infructuosos. Algunas mujeres de la barriada se enteraron de la búsqueda y
fingieron ser la Primera Novia para seducir al poeta. En ocasiones Mandeb,
Castagnino y el ruso Salzman simularon ser Allen para abusar de las novias
falsas.
Los viejos compañeros del colegio no
tardaron en presentarse a reclamar evocaciones. Uno de ellos hizo hizo una
revelación brutal.
- La chica se llamaba Gómez. Fue mi
Primera Novia
- Mentira! - gritó Allen.
- Por que no? Pudo haber sido la
Primera Novia de muchos.
Entre todos lo echaron a patadas.
Una tarde se presentó una rubia
estupenda de ojos enormes y esforzados breteles. Resultó ser el segundo amor
del poeta. Algunas semanas después apareció la sexta novia y luego la cuarta.
Se supo entonces que Jorge Allen solía ocultar su pasado amoroso a todas las
mujeres, de modo que cada una de ellas creía iniciar la serie.
A fines de ese año, Manuel Mandeb
concibió con astucia la idea de organizar una fiesta de ex-alumnos de la
escuela del poeta.
Hablaron con las autoridades, cursaron
invitaciones, publicaron gacetillas en las revistas y en los diarios, pegaron
carteles y compraron masas y canapés.
La reunión no estuvo mal. Hubo
discursos, lágrimas, brindis y algún reencuentro emocionante. Pero la chica de
apellido Gómez no concurrió.
Sin embargo, los Hombres Sensibles- que
estaban allí en calidad de colados- no perdieron el tiempo y trataron de
obtener datos entre los presentes.
El poeta conversó con Inés, compañera
de banco de la morocha ausente.
- Gómez, claro -dijo la chica- . Estaba loca por Ferrari. Allen no
pudo soportarlo.
- Estaba loca por mí.
- No, no... Bueno, eran cosas de
chicos.
Cosas de chicos. Nada menos. Amores sin
cálculo, rencores sin piedad, traiciones sin remordimiento.
El petiso Cáceres declaró haberla visto
una vez en Paso del Rey. Y alguien se la había cruzado en el tren que iba a
Moreno.
Nada más.
Los muchachos del Ángel Gris fueron
olvidando el asunto. Pero Allen no se resignaba. Inútilmente buscó en sus
cajones algún papel subrepticio, alguna anotación reveladora. Encontró la foto
oficial de sexto grado. Se descubrió a si mismo con una sonrisa de zonzo. La
morochita estaba lejos en los arrabales de la imagen, ajena a cualquier drama.
- Ay, si supieras que te he
llorado....! Si supieras que me gustaría mostrarte mi hombría... Si supieras
que lo que aprendí desde aquel tiempo...
Una noche de verano, el poeta se
aburría con Manuel Mandeb en una churrasquería de Caseros. Un payador mediocre
complacía los pedidos de la gente.
- Al de la mesa del fondo le canto
sinceramente....
De pronto Allen tuvo una inspiración.
- Ese hombre canta lo que otros le
mandan cantar.
- Es el destino de los payadores de churrasquería.
- Celia, la adivina, dijo que un hombre
así conocía a mi novia....
Mandeb copó la banca.
- Acérquese, amigo.
El payador se sentó en la mesa y aceptó
una cerveza. Después de algunos vagos comentarios artísticos, el polígrafo fue
al asunto.
- Se me hace que usted conoce a una
amiga nuestra. Se apellida Gómez, y creo que vivía por Paso del Rey.
- Yo soy Gómez - dijo el cantor- . Y por esos barrios tengo una prima.
Después pulsó la guitarra, se levantó y
abandonando la mesa se largó con una décima.
-Acá este amable señor conoce una prima
mía que según creo vivía en la calle Tronador. Vaya mi canto mejor con toda mi
alma de artista tal vez mi verso resista pa' saludar a esta gente y a mi prima,
la del puente sobre el Río Reconquista.
Durante los siguientes días los Hombres
Sensibles de Flores recorrieron Paso del Rey en las vecindades del río Reconquista,
buscando la calle Tronador y una casa humilde con pilares rosados. Una tarde
fueron atacados por unos lugareños levantiscos y dos noches después cayeron
presos por sospechosos. Para facilitarse la investigación decían vender
sábanas. Salzman y Mandeb levantaron docenas de pedidos.
Finalmente, la tarde que Jorge Allen
cumplía treinta y cuatro años, el poeta y Mandeb descubrieron la casa.
- Es aquí. Aquí están los pilares
rosados.
Mandeb era un hombre demasiado agudo
como para tener esperanzas.
- No me parece, Vámonos.
Pero Allen tocó el timbre. Su amigo
permaneció cerca del cordón de la vereda.
- Aquí no es, rajemos.
Nuevo timbrazo. Al rato salió una mujer
gorda, morochita, vencida, avejentada. Un gesto forastero le habitaba el
entrecejo. La boca se le estaba haciendo cruel. Los años son pesados para
algunas personas.
- Buenas tardes. - dijo la voz que alguna vez había
alegrado un patio de baldosas grises.
Pero no era suficiente. Ya la mujer
estaba más cerca del desengaño que de la promesa.
Y allí, a su frente, Jorge Allen, mas
niño que nunca, mirando por encima del hombro de la Primera Novia, esperaba un
milagro que no se producía.
- Busco a una compañera de colegio- dijo- . Soy Allen, sexto grado B, turno
mañana. La chica se llamaba Gómez.
La mujer abrió los ojos y una niña de
doce años sonrió dentro suyo. Se adelantó un paso y comenzó una risa amistosa
con interjecciones evocativas. Rápido como el refucilo, en uno de lo
procedimientos mas felices de su vida, Mandeb se adelantó.
- Nos han dicho que vive por aquí... Yo
soy Manuel Mandeb, mucho gusto.
Y apretó la mando con toda la fuerza de
su alma, mientras le clavaba una mirada de súplica, de inteligencia o quizás de
amenaza.
Tal vez inspirada por los ángeles que
siempre cuidan a los chicos, ella comprendió.
- Encantada- murmuró- Pero lamento no conocer a esa
persona. Le habrán informado mal.
- Por un momento pensé que era usted - respiró Allen-. Le ruego que nos disculpe.
- Vamos - sonrió Mandeb-. La señora bien pudo haber sido tu
alumna, viejo sinvergüenza....
Los dos amigos se fueron en silencio.
Esa noche Mandeb volvió solo a la casa
de los pilares rosados. Ya frente a la mujer morocha le dijo:
- Quiero agradecerle lo que ha
hecho....
- Lo siento mucho... No he tenido
suerte, estoy avergonzada, míreme....
- No se aflija. El la seguirá buscando
eternamente.
Y ella contestó, tal vez llorando:
- Yo también.
- Algún día todos nos encontraremos.
Buenas noches, señora.
Las aventuras verdaderamente grandes
son aquellas que mejoran el alma de quien las vive. En ese único sentido es
indispensable buscar a la Primera Novia. El hombre sabio deberá cuidar -eso si-
el detenerse a tiempo, antes de encontrarla.
El camino está lleno de hondas y
entrañables tristezas. Jorge Allen siguió recorriéndolo hasta que el mismo se
perdió en los barrios hostiles junto con todos los Hombres Sensibles.
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