Avisos clasificados
Necesitaba trabajo y el anuncio decía: Prof. pa. pa. decor. ed. ne. ur. in. pre. sin re. ¡Aquello era lo que más convenía! Como estaba muy contento y todas mis emociones las manifiesto musicalmente, me puse a cantar el anuncio con una tonada optimista y heroica:
Prof. pa. padécor. ed.ne. ur…impré…!
sin reee…!
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El re sostenido sonaba muy bien.
–¿Qué te pasa? –me preguntó mi mujer, secándose las lágrimas que derramaba por mi falta de trabajo desde la última guerra. Esto no quiere decir que antes tuviera trabajo, sino que ella no me conocía. Me apresuré a responderle:
–Seca tu llanto y ve pensando cómo quieres la radio, la heladera, el aspirador de polvo, las cacerolas, los niños y demás cosas cuya ausencia tanto lamentas. ¡Tendré buen trabajo!
–¿Cuánto te pagarán?
–Para serte franco, no lo sé aún exactamente, pero puedo asegurarte que no bajará aproximadamente de más o menos cierta suma, para hablar en números redondos.
–¿Mensual?
–No sé, quizás sea por quincena. Ahora se acostumbra mucho.
–En ese caso tendríamos el doble, ¿no?
–¡Y hasta el triple, haciendo las cuentas cada tres quincenas! Ese es un detalle que queda librado a la voluntad del empleado y que por ninguna razón puede intervenir el empleador.
–¿Y en qué consiste el trabajo?
–Lee tú misma el anuncio –y le alargué el diario.
Mi mujer, después de un rato de estudio, levantó los ojos otra vez arrasados en lágrimas y me dijo:
–O esto está mal escrito o tú no puedes aceptar este empleo. Aquí dice: “Profanador para panteones, de coraje, edificados necrópolis urbana. Inútil presentarse sin revólver”. Debe ser la mafia o algo así.
–¡Qué disparate! Lo que quiere decir es esto: “Profesional para pagador, de corta edad (lo quieren joven). Necesita urgentemente importador de preciosidades sin remilgos”.
–¡Ay, Mariano, por Dios, renuncia a ese empleo, por nuestra felicidad! Tú siempre fuiste fiel, pero la ocasión hace al ladrón. Tu futuro patrón debe ser uno de esos hombres sin escrúpulos que importan jóvenes para los teatros de revistas y sitios peores. Por eso lo piden joven y dice que las preciosidades no tienen remilgos. ¡Prefiero el hambre!
–Espera, querida, quizás hayas interpretado mal alguna abreviatura. Veamos con calma. ¡Claro! Donde yo he dicho preciosidades pongamospresillas, y donde dijimos sin remilgos léase sin reloj.
–¿Y para qué quiere que no tengas reloj?
–No es que él no quiera; podré presentarme con uno de oro, de tres tapas y la mar de rubíes; al decir sin reloj indica que no tendré horario fijo, que lo mismo podré salir a las tantas como a las cuantas.
–No me gusta. Cuando vengas a las tantas se me pasará la comida.
–¿Qué comida?
–Pero, Mariano, ¡la que compraremos con el dinero de las tres quincenas mensuales!
–No te preocupes, esos días iremos a comer al restaurante.
Conforme ya mi mujer con la correcta interpretación del anuncio, me dirigí a la dirección que indicaba, tras no menos correcta afeitada.
Mi mujer quedó distribuyendo en un papel los mil trescientos pesos, pues le daba el corazón que ése era mi sueldo. Si era quincenal, mejor.
Me recibieron una señora muy grave de aspecto y una señorita, pero que ya tenía edad para ser señora desde hacía rato, madre y tía del niño, respectivamente, según me dijeron.
–¿De qué niño me habla? –inquirí. Y agregué: –En el anuncio no se alude para nada.
Me lo tradujeron a su manera: “Profesor para párvulo de corta edad, necesito urgente; inútil presentarse sin recomendaciones”. Mi trabajo consistiría en educarlo.
–Es la piel del diablo –dijo la madre.
–De la piel de Judas –acotó la tía.
No quise ni verlo, y me despedí cortésmente. No soy reencuadernador de chicos.
Conrado Nalé Roxlo
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