jueves, 27 de marzo de 2014

Microcuentos realista y fantástico

EL ESPEJO CHINO
Un campesino chino se fue a la ciudad para vender la cosecha de arroz y su mujer le pidió que no se olvidase de traerle un peine.
Después de vender su arroz en la ciudad, el campesino se reunió con unos compañeros, y bebieron y lo celebraron largamente. Después, un poco confuso, en el momento de regresar, se acordó de que su mujer le había pedido algo, pero ¿qué era? No lo podía recordar. Entonces compró en una tienda para mujeres lo primero que le llamó la atención: un espejo. Y regresó al pueblo.
Entregó el regalo a su mujer y se marchó a trabajar sus campos. La mujer se miró en el espejo y comenzó a llorar desconsoladamente. La madre le preguntó la razón de aquellas lágrimas.
La mujer le dio el espejo y le dijo:
-Mi marido ha traído a otra mujer, joven y hermosa.
La madre cogió el espejo, lo miró y le dijo a su hija:
-No tienes de qué preocuparte, es una vieja.
Anónimo

Espiral


Regresé a casa en la madrugada, cayéndome de sueño. Al entrar, todo obscuro. Para no despertar a nadie avancé de puntillas y llegué a la escalera de caracol que conducía a mi cuarto. Apenas puse el pie en el primer escalón dudé de si ésa era mi casa o una casa idéntica a la mía. Y mientras subía temí que otro muchacho, igual a mí, estuviera durmiendo en mi cuarto y acaso soñándome en el acto mismo de subir por la escalera de caracol. Di la última vuelta, abrí la puerta y allí estaba él, o yo, todo iluminado de Luna, sentado en la cama, con los ojos bien abiertos. Nos quedamos un instante mirándonos de hito en hito. Nos sonreímos. Sentí que la sonrisa de él era la que también me pesaba en la boca: como en un espejo, uno de los dos era falaz. «¿Quién sueña con quién?», exclamó uno de nosotros, o quizá ambos simultáneamente. En ese momento oímos ruidos de pasos en la escalera de caracol: de un salto nos metimos uno en otro y así fundidos nos pusimos a soñar al que venía subiendo, que era yo otra vez.
FIN
Enrique Anderson Imbert

La leyenda






miércoles, 26 de marzo de 2014

El extraño caso de Lady Elwood - Roberto Fontanarrosa

El extraño caso de Lady Elwood

                                                                            Roberto Fontanarrosa

El inspector Havilland detuvo su Austin al costado del camino que conducía a Middleford y quedó pen­sativo. No había dicho a nadie dónde pasaría sus quince días de vacaciones y la idea de retomar el ca­mino hacia Londres se le instaló sólidamente en la cabeza.
Él tan sólo había prometido comunicarse cada tres días con Scotland Yard, en prevención de algún suceso inesperado, como el retorno del Destripador de Yorkshire, un ataque nuclear soviético o la fuga de un oso del zoológico. Esa franquicia de manejar a su gusto el contacto con sus superiores tan sólo se le concedía a hombres como Emerald L. Havilland, el más eficaz sabueso de las fuerzas de seguridad británicas. "El Detective Invicto" como bien lo había llamado la prensa tras su espectacular esclarecimiento del caso del robo del pony predilecto del Príncipe Andrew.
En tanto viraba lentamente el volante, una sonrisa, apretada en torno al cigarro que sostenían sus labios, ensanchó el rostro adusto del inspector: recordaba claramente la densa, profunda, prometedora mirada que le había dispensado Lady Elwood desde lo alto de su palco, días atrás, durante el concierto que brindó la Royal Philarmonic Orchestra.
Una hora después, el inspector Havilland, prote­giendo su boca y su nariz bajo el abrigo de la bufanda con los colores del Tottenham Hotspur, golpeaba suavemente con su puño enguantado a las puertas de la mansión de Lady Elwood, la riquísima viuda de sir Lewis Norton.
Tras unos minutos de espera Havilland repitió el llamado. Finalmente, con la curiosidad propia de la profesión, giró el picaporte comprobando que la pesada puerta estaba abierta. Antes de entrar observó hacia la calle. Nadie lo había visto. El viento y la lluvia eran dos azotes flagelando Newcastle Street.
Recorrió un par de salones desiertos y luego co­menzó a subir una ancha escalera de madera. En una de las habitaciones superiores halló a Lady Elwood. Estaba sobre la alfombra, caída al lado de su cama en posición poco ortodoxa y presentaba dos heridas profundas en la espalda.
Havilland husmeó el aire y luego tomó la medida que separaba la cómoda de la perilla de la luz. Fue hasta el cenicero y recogió dentro de un sobre las co­lillas de cigarrillos. Se paró en medio de la habita­ción, cruzado de brazos y mirando hacia los cerra­dos ventanales. Meneó la cabeza y silbó suave.
—Paul —musitó—. Finalmente lo hizo.
Recordaba el rostro joven e ingenuo de Paul Elwood, sobrino de la viuda, y las habladurías que de él y su tía se contaban en ciertos cenáculos.
—No debe haber abandonado el país aún —dedu­jo Havilland—. Tomará el ferry hacia Francia.
Anotó en una pequeña libreta la medida entre la cama y el ropero y constató que la puerta de éste estaba entornada. La abrió. Allí dentro, prácti­camente sentado sobre el piso de madera, algo oculto por la profusión de tapados y pieles, se hallaba el cadáver de Paul Carpentier, estrangulado por una corbata de seda italiana azul, con diminutos puntos rojos.
Havilland se pellizcó los labios y cerró el ropero. Miró su libreta de apuntes y golpeteó con la base de su lapicera sobre la tapa de la libreta.
—Mannix —silabeó—. Gus Mannix.
No escapaban a su memoria proverbial los rasgos acentuados de Gus Mannix, profesor de piano de Paul, a quien algunas revistas proclives al escándalo sindicaban como antiguo enamorado de Lady Elwood.
—Los celos —musitó Havilland— son malos con­sejeros.
Se encaminó hacia el baño. Allí podría detectar huellas dactilares del impetuoso profesor Mannix.
Havilland no pudo disimular un rictus de contra­riedad cuando, junto a la bañera, semitapado por la cortina plástica encontró el cuerpo del eximio pia­nista. Entre ceja y ceja, algo más arriba de la conge­lada expresión de asombro que dibujaban sus ojos, mostraba el orificio pequeño pero nítido de una bala calibre 22.
El inspector aspiró hondo y tomó la medida entre el lavabo y el grifo de agua caliente.
—Estoy ante la obra de un loco —dictaminó—, Jerry Fergusson.
Nunca había podido olvidar la mirada extraviada del jardinero mientras le explicaba su extraña teoría sobre la doble personalidad de las azaleas y la influen­cia que ejercían las monocotiledóneas sobre las de­cisiones del Vaticano. Tampoco nunca había olvi­dado que Jerry Fergusson le había confiado que atendía los jardines de Lady Elwood.
—Sé muy bien dónde estará oculto —se dijo. Sor­teando el cadáver de la acaudalada viuda, se dirigió al teléfono. No tenía tono. Observó que se hallaba desconectado. Agachándose tras el cable atisbó bajo la cama.
Allí, con la cabeza destrozada por un atizador de la estufa de leños, vio a Jerry Fergusson, el jardi­nero.
Havilland se frotó suavemente las yemas de los dedos. Frunció los labios y aprobó un par de veces enérgicamente con su cabeza.
Colocó nuevamente el auricular del teléfono en su horquilla. Luego retornó las colillas que había sacado, a sus ceniceros. Cortó la hoja con anotacio­nes de su libreta y la arrojó al inodoro, accionando luego el turbión de agua.
Se arrebujó entonces en su bufanda, bajó el ala de su sombrero, salió de la casa cerrando con cuidado la puerta y subiendo al Austin retomó el camino hacia Middleford.


En: El mundo ha vivido equivocado (1982)

Tramas textuales

Tramas textuales y funciones del lenguaje
Secuencia dominante
Género
Emisor
Receptor
Recursos
Estilísticos y paratextuales
Finalidad
Función del lenguaje
Explicativo
Expositivo
Artículo periodístico
Crónica
Respuesta de examen
Diccionario/ enciclopedia
objetivo
Suele tener menor conocimiento que el emisor
Cita de autoridad
Causalidad
Ejemplificación

Aclarar y explicar conceptos
Referencial




Metalingüístico
Instruccional
Recetas
Manuales de uso
Reglamentos
objetivo
Suele tener menos conocimiento que el emisor
Ordenamiento
Enumeración
Gráficos, fotos, dibujos
Lograr un objetivo
Referencial
Argumentativa
Tesis, ensayo, publicidad
subjetivo
Puede compartir el conocimiento
Citas, ejemplificaciones
Concesiones

Convencer
Apelativa
Descriptiva
Guía turística
Retrato
Objetivo
Puede compartir el conocimiento
Rasgos sobresalientes del objeto
Informar
Referencial
Dialogal
Entrevista
Obra de teatro
Guión de cine/tv
Los roles se intercambian
Uso de guiones y sangría.
Alternancia de voces
Diversas
Todas
Narrativa
Novela
Cuento
Crónica
Leyenda
Los roles se intercambian
Citas, ejemplos, descripciones
Contar sucesos reales
Entretener
Deleitar
Referencial
Poética

 

Secuencia textual

Se denomina secuencia textual a la unidad de composición de un nivel inferior al texto, constituida por un conjunto de proposiciones (ideas sintácticamente completas) que presentan una organización interna que le es propia. Es un concepto cercano al de superestructura textual, pero hace referencia a un esquema de organización del contenido intermedio entre la frase y el texto. En otras palabras, las tramas (o secuencias) son unidades mínimas de composición textual, conjuntos de enunciados que se organizan de una manera particular.
El lingüista francés J. M. Adam considera que los textos se caracterizan por su  complejidad. Es decir, no se puede hablar de un texto, por ejemplo, como puramente narrativo, pues como unidad comunicativa presentará, además de fragmentos narrativos, fragmentos descriptivos, dialogados, etc. Por ello, es más preciso y adecuado hablar de secuencias o tramas textuales, y definir el texto como «una estructura jerárquica compleja que comprende secuencias elípticas o completas del mismo tipo o de tipos diferentes». La secuencia, pues, se presenta como un modo de segmentación.
Adam propone distinguir entre secuencia dominante y secundaria, por un lado, y envolvente e incrustada, por otro:
·   La secuencia dominante es aquella que se manifiesta con una presencia mayor en el conjunto del texto. Si tomamos como ejemplo el relato biográfico, por más variadas que resulten sus formas de construcción, hay siempre una secuencia narrativa dominante: se presenta una sucesión de acciones encadenadas sobre un eje temporal que permite ubicar una situación inicial y una final, y una serie de transformaciones entre la primera y la segunda; pero, además, esta secuencia narrativa puede combinarse con secuencias descriptivas, dialogadas, explicativas, etc. De todos modos, como la secuencia narrativa sería el modo de organización típico al que se apela para producir y leer biografías, se considera el relato biográfico como texto narrativo. Por lo tanto, un texto será de tipo narrativo descriptivo, explicativo o argumentativo si las secuencias dominantes lo son. La secuencia secundaria es aquella que está presente en el texto sin ser la dominante.
Las tramas se caracterizan por estos rasgos:
·   Son autónomas con respecto al texto, con el que mantienen una relación de dependencia (se realizan en el texto) e independencia (se pueden aislar del texto).
·   Presentan una organización interna propia, que puede descomponerse en partes.
·   Se combinan de forma jerárquica dentro del texto con otras secuencias.
En función de su organización, las tramas textuales propuestas son seis: narrativa, descriptiva, expositivo-explicativa, argumentativa, conversacional e instruccional.



La trama narrativa
Se caracteriza por presentar una sucesión de acciones o eventos finalizados. La trama narrativa predomina en el género discursivo cuento, pero también en géneros que no pertenecen a la ficción, como por ejemplo la crónica periodística o los manuales de historia.

La trama descriptiva
Se caracteriza por presentar los rasgos salientes de un objeto, persona, paisaje o acción. Este tipo de secuencia predomina, por ejemplo, en el género guía turística, en el que también suelen aparecer insertas tramas narrativas para, entre otras posibilidades, contar sucesos relacionados con el lugar que se describe.

La trama expositivo-explicativa
Se vincula con el análisis y la síntesis de conceptos. En este sentido, los textos en los que predomina este tipo de secuencia responden siempre a una pregunta que puede estar formulada explícita o implícitamente. En general, en este tipo de trama predomina el tiempo presente del indicativo y se busca generar una ilusión de objetividad; pues la explicación se presenta como una verdad no abierta al debate. En ella no se pretende discutir, sino hacer comprender al interlocutor algo que desconoce o que no entiende. Los géneros discursivos en los que predomina la trama expositivo-explicativa son, por ejemplo, la clase teórica y la respuesta de parcial.

La trama argumentativa
Se estructura a partir de la postura que se adopta con respecto a un tema determinado. Para convencer al interlocutor de que la postura propia es la más adecuada, se despliega una serie de argumentos o razones que funcionan como los pilares que la sostienen. Los géneros discursivos en los que predomina esta trama son, entre otros, la nota de opinión y el ensayo

La trama conversacional
Se caracteriza por la alternancia de voces; su estructura es la de un diálogo y los géneros discursivos en los que predomina son, entre otros, los guiones de cine o televisión, las obras de teatro, la conversación cotidiana y la entrevista.

La trama instruccional
Se  presentan consejos y/u órdenes. Es habitual encontrar en ella el modo imperativo, ya que se apela a la segunda persona para que lleve a cabo las acciones que se consideran convenientes para lograr un determinado objetivo. Este tipo de trama predomina en los manuales de uso, las recetas de cocina y los reglamentos. Es importante señalar que hablamos de predominio de una trama determinada ya que a la trama dominante suelen subordinarse otras. Tal es el caso, por ejemplo, de la trama descriptiva que se inserta en una obra de teatro (cuya trama dominante es conversacional) con el fin de disponer  personajes y objetos en escena.

Fuente: http://cvc.cervantes.es/ensenanza/biblioteca_ele/diccio_ele/diccionario/secuenciatextual.htm





Final para un cuento fantástico

I.A. Ireland

-¡Que extraño! -dijo la muchacha avanzando cautelosamente-. ¡Qué puerta más pesada!
La tocó, al hablar, y se cerró de pronto, con un golpe.
-¡Dios mío! -dijo el hombre-. Me parece que no tiene picaporte del lado de adentro. ¡Cómo, nos han encerrado a los dos!
-A los dos no. A uno solo -dijo la muchacha.
Pasó a través de la puerta y desapareció.

FIN

Avisos Clasificados - Conrado Nalé Roxlo

Avisos clasificados
 Necesitaba trabajo y el anuncio decía: Prof. pa. pa. decor. ed. ne. ur. in. pre. sin re. ¡Aquello era lo que más convenía! Como estaba muy contento y todas mis emociones las manifiesto musicalmente, me puse a cantar el anuncio con una tonada optimista y heroica:
Prof. pa. padécor. ed.ne. ur…impré…!
sin reee…!
El re sostenido sonaba muy bien.
   –¿Qué te pasa? –me preguntó mi mujer, secándose las lágrimas que derramaba por mi falta de trabajo desde la última guerra. Esto no quiere decir que antes tuviera trabajo, sino que ella no me conocía. Me apresuré a responderle:
   –Seca tu llanto y ve pensando cómo quieres la radio, la heladera, el aspirador de polvo, las cacerolas, los niños y demás cosas cuya ausencia tanto lamentas. ¡Tendré buen trabajo!
   –¿Cuánto te pagarán?
   –Para serte franco, no lo sé aún exactamente, pero puedo asegurarte que no bajará aproximadamente de más o menos cierta suma, para hablar en números redondos.
   –¿Mensual?
   –No sé, quizás sea por quincena. Ahora se acostumbra mucho.
   –En ese caso tendríamos el doble, ¿no?
   –¡Y hasta el triple, haciendo las cuentas cada tres quincenas! Ese es un detalle que queda librado a la voluntad del empleado y que por ninguna razón puede intervenir el empleador.
   –¿Y en qué consiste el trabajo?
   –Lee tú misma el anuncio –y le alargué el diario.
   Mi mujer, después de un rato de estudio, levantó los ojos otra vez arrasados en lágrimas y me dijo:
   –O esto está mal escrito o tú no puedes aceptar este empleo. Aquí dice: “Profanador para panteones, de coraje, edificados necrópolis urbana. Inútil presentarse sin revólver”. Debe ser la mafia o algo así.
   –¡Qué disparate! Lo que quiere decir es esto: “Profesional para pagador, de corta edad (lo quieren joven). Necesita urgentemente importador de preciosidades sin remilgos”.
   –¡Ay, Mariano, por Dios, renuncia a ese empleo, por nuestra felicidad! Tú siempre fuiste fiel, pero la ocasión hace al ladrón. Tu futuro patrón debe ser uno de esos hombres sin escrúpulos que importan jóvenes para los teatros de revistas y sitios peores. Por eso lo piden joven y dice que las preciosidades no tienen remilgos. ¡Prefiero el hambre!
   –Espera, querida, quizás hayas interpretado mal alguna abreviatura. Veamos con calma. ¡Claro! Donde yo he dicho preciosidades pongamospresillas, y donde dijimos sin remilgos léase sin reloj.
   –¿Y para qué quiere que no tengas reloj?
   –No es que él no quiera; podré presentarme con uno de oro, de tres tapas y la mar de rubíes; al decir sin reloj indica que no tendré horario fijo, que lo mismo podré salir a las tantas como a las cuantas.
   –No me gusta. Cuando vengas a las tantas se me pasará la comida.
   –¿Qué comida?
   –Pero, Mariano, ¡la que compraremos con el dinero de las tres quincenas mensuales!
   –No te preocupes, esos días iremos a comer al restaurante.
   Conforme ya mi mujer con la correcta interpretación del anuncio, me dirigí a la dirección que indicaba, tras no menos correcta afeitada.
   Mi mujer quedó distribuyendo en un papel los mil trescientos pesos, pues le daba el corazón que ése era mi sueldo. Si era quincenal, mejor.
   Me recibieron una señora muy grave de aspecto y una señorita, pero que ya tenía edad para ser señora desde hacía rato, madre y tía del niño, respectivamente, según me dijeron.
   –¿De qué niño me habla? –inquirí. Y agregué: –En el anuncio no se alude para nada.
   Me lo tradujeron a su manera: “Profesor para párvulo de corta edad, necesito urgente; inútil presentarse sin recomendaciones”. Mi trabajo consistiría en educarlo.
   –Es la piel del diablo –dijo la madre.
   –De la piel de Judas –acotó la tía.
   No quise ni verlo, y me despedí cortésmente. No soy reencuadernador de chicos.
Conrado Nalé Roxlo