miércoles, 17 de diciembre de 2014

Poesía de vanguardia


 A principios del siglo XX, luego de la primera guerra mundial, los artistas en distintas áreas llevaron a cabo una serie de reformulaciones del arte. Hasta el momento las manifestaciones artísticas eran sublimaciones más o menos cercanas a la realidad, idealizaciones de la belleza o la fealdad que daban como resultado obras admirables.
  Los vanguardistas, influidos por el espíritu de los sobrevivientes a la guerra, observadores del caos y destrucción del mundo, decidieron romper las estructuras del arte y crear como si fueran los primeros. Su inspiración fueron la nada, los sueños, los estados de alteración (uso de drogas y alcohol). También se apartaron de los formatos y mezclaron estilos, alteraron la sintaxis, utilizaron metáforas y símbolos nuevos. El término vanguardia alude a las formaciones de los ejércitos que van al frente, simboliza las intenciones de originalidad y reforma de este grupo.
  Entre otras, las vanguardias más importantes fueron:
Surrealismo: es una expresión creada a partir del dadaísmo, cuyo principal representante fuera Tristán Tzara. El movimiento surrealista se organizó en Francia en la década de 1920 alrededor de André Bretón quien, inspirado en Sigmund Freud, se interesó por descubrir los mecanismos del inconsciente y sobrepasar lo real por medio de lo imaginario y lo irracional. Consistía en la captación de la coincidencia-realidad surgida en un personaje, cuando vive un hecho que le provoca recuerdos. Los sueños y alteración de la conciencia fueron sus herramientas de expresión. 
Cubismo: nació en Francia hacia 1906. Sus rasgos principales son la representación de la realidad en todos sus planos, el desdoblamiento del autor, el juego gráfico con palabras, el uso del humor, la sustitución de la realidad por figuras geométricas. Los inpiradores del movimiento fueron Pablo Picasso y Georges Braque, ambos pintores y escultores. En literatura, el autor sobresaliente fue Guillaume Apollinaire, autor de caligramas.
Dadaísmo: Surgió en Zúrich, Suiza, entre 1916 y 1922. Hugo Ball y Tristan Tzara se hicieron notar como fundadores y principales exponentes. El movimiento creció y rápidamente se extendió a Berlín y a París. Uno de los motivos que llevó al surgimiento de DADA fue la violencia extrema y la pérdida de sentido que trajo la Primera Guerra Mundial. Los dadaístas consideraban el arte una manifestación efímera, por lo tanto sus obras solían ser eventos en los que luego de leer o mostrar obras de arte, éstas eran destruidas. En los conservados se observa el juego con las grafías y palabras aparentemente inconexas.
El poema dadaísta solía ser una sucesión de palabras y sonidos, lo que hace difícil encontrarle lógica. Se distinguió por una inclinación hacia lo incierto y a lo absurdo. Por su parte, el procedimiento dadaísta buscaba renovar la expresión mediante el empleo de materiales inusuales, o manejando planos de pensamientos antes no mezclables, con una tónica general de rebeldía o destrucción.
Ultraísmo: El ultraísmo apareció en España entre 1918 y 1922 como reacción ante el modernismo, que pretendía hacer del poema una escultura llena de adornos e inalcanzable para la gente común.

Fue uno de los movimientos que más se proyectó en el mundo de habla hispana, contribuyendo al uso del verso libre, la proscripción de la anécdota y el desarrollo de la metáfora, que se convertiría en el principal centro expresivo. Fue influido por poetas como Vicente Huidobro y Guillaume Apollinaire.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Roberto Cossa - Gris de ausencia

GRIS DE AUSENCIA

de Roberto “Tito” COSSA

(La antecocina de la "Trattoría La Argentina", en el barrio del Trastevere, en la ciudad
de Roma. Es un ambiente amplio que se usa como lugar de estar. A la derecha está la
cocina, que el espectador no ve; a la izquierda una salida hacia los dormitorios de la casa
y a foro otra que da al salón del restaurante. Al iniciarse la acción se escucha el sonido de
un acordeón a piano. Es el Abuelo, que toca torpemente el tango "Canzoneta", sentado
en un extremo del ámbito. En el otro, Frida trata de cerrar una valija desbordada de
ropa.)
ABUELO: "Cuando escolto o sole míoooo... sensa mama e sensa amore... sento un frío
cui nel cuore... que me yena de ansiedaaa... Será el alma de mi mamaaaaa...
que dequé cuando era un niño.... yora, yora o sole mío... Yo también quero
yorar". (Prolonga los compases finales de la canción. Un instante después
ingresa Lucía, desde la cocina, trayendo un mate que tiende a Frida.)
FRIDA: (con marcado acento español.) ¡Coño! Esta maleta es muy pequeñita. Debí
haber cogido la más grande. Siempre sucede lo mismo: retorno con más
cosas de las que traje.
LUCÍA: ¡A qué lora sale lu avione?
FRIDA: Aún tengo tiempo. (Sorbe el mate.) Madre: no quiero que vengas a
despedirme. ¿Me oyes?
LUCÍA: Sai que no me piácheno la despedida.
FRIDA: ¡Vale! En cuanto llegue a Madrid te escribo. (Frida termina de tomar el
mate y se lo tiende a Lucía.)
LUCÍA: E cuándo va a retornar a Roma?
FRIDA: No lo sé madre. En el verano, tal vez.
LUCÍA: ¿Cosa é tal vez?
FRIDA: Bueno... quiero decir a lo mejor. (Lucía la mira sin entender.) Que no es
seguro. Eso quiero decir. Que no es seguro.
LUCÍA: Dentro de sei mese, e no é securo. ¿Qué hace osté a Madrí? ¿Qué tene que
hacer a Madrí que no pueda fachar a Roma?
FRIDA: Mi lugar está en Madrid.
LUCÍA: Tu lucar... tu lucar... ¿Quié lo a deto? ¿Dío a deto que tu lucar está a Madri?
¿Dio a deto que mi lucar está a Roma?¿Que el lucar de Martín está a Londra?
¿Eh? ¿Dío lo a deto? ¿Qué é Dío?¿Una ayencia de turismo'?
FRIDA: (Con cansancio.) Cada vez que vengo a Roma discutimos lo mismo.
GRIS DE AUSENCIA 2
LUCÍA: Cada veche lo discutimo meno, entonche. Porque osté viene cada veche
meno. Al princhipio venía todo lo mese. Dopo cada tre mese. Alora, dentro
d, sei... ¡E no é securo!
FRIDA: Anda, madre: tráeme otro mate. (Lucía sale hacia la cocina con el mate.)
¿Sabes, madre? Le enseñé a Manolo a tomar mate. ¡Vieras cómo le gustó! Al
comienzo creía gue era una droga... algo así como la marihuana... (Ríe) Pero
oye, le dije... En mi país lo toman hasta los niños. ¡No lo podía creer! (En ese
instante ingresa Chilo, con un ejemplar del diario "Clarín" bajo el brazo,
mascullando insultos por lo bajo.)
FRIDA: ¿Qué sucede, tío? Estás alterado.
CHILO: ¡Tano hijo de puta! ¡Guacho! (Frida lo mira.) El canilla... ¡El diarero! Es un
tano guacho. Hace veinte años que le compro el "Clarín", todos los días. ¿Y
vos querés creer que todos los días se lo tengo que pedir? Sabe que voy a
buscar el "Clarín". Pero no. Se lo tengo que pedir: "Me da el Clarín de
Buenos Aires". Todos los días lo mismo. Pero oíme... En Buenos Aires le
comprás tres días seguido el diario a un canilla y apenas te ve venir ya te
espera con el diario en la mano. Yo compraba siempre el diario frente al
policlínico Presidente Perón... Le compraba "Noticias Gráficas". Y todos los
días me esperaba con el diario en la mano. Una tarde le dije: "Cambio por
Crítica". Al día siguiente me esperaba con la "Crítica" en la mano. ¡Este
tano!... ¡Veinte años! Y encima me insultó.
FRIDA: ¿Cómo te insultó?
CHILO: Y sí... Algo dijo en italiano.
FRIDA: ¿Qué dijo?
CHILO: No le entendí. Pero se ve que me insultó. ¡Son así! ¡Los tanos son así! En
cuanto se dan cuenta que no los entendés, te putean.
FRIDA: Pues a mí nunca me ha pasao.
CHILO: ¿Que no? La vez pasada lo saqué al viejo a dar una vuelta... Fuimos a ver
toda la parte esa rota... Bue: nos perdimos. Y le dije al viejo: preguntá cómo
hacemos para volver al Trastevere. El abuelo le preguntó a una viejita que
salía de la iglesia y la vieja le contestó: "Andáte a la puta que te parió".
FRIDA: (Extrañada) ¿Eso le contestó?
CHILO: Bueno... En italiano. Pero algo parecido. ¡Y era una viejita que salía de misa!
(Desde la entrada del salón ingresa Dante, vestido de gaucho. Tiene una
servilleta que le cae sobre el antebrazo.)
DANTE: Luchía... Luchía...
LUCÍA: (Apareciendo) ¿Cosa suchede?
DANTE: Han arribato cliente.
LUCÍA: (Molesta.) ¿Tan temprano?
DANTE: E se... Tan temprano. Andá a prepararte. ¡Vamo!
LUCÍA: ¡Porca miseria! (Lucía sale hacia los dormitorios.)
GRIS DE AUSENCIA 3
DANTE: Chilo... abrime la mesa due. Do cuberto. E cuatro para la mesa sete. (Se
asoma a la cocina.) Bruno: tre chinculino molto cuchido... due mocheca e
una insalata de tomate e chipolaaa... E una parriyada completa para cuatro.
(Suena el teléfono.) Trattoría La Aryentina, bonasera . ¡Comendatore!
¿Come vai? (Reaparece Lucía. Se ha colocado un poncho y va hacia la
salida que da al salón. Al pasar junto a Frida le dice:)
LUCÍA: Retorno súbito.
DANTE: (Tapa la bocina del teléfono y le habla a Lucía.) Pane e chimichurri para la
mesa tre. (Al teléfono.) Ah... comendatore.... abiamo locro... E un locro
especiale: a la camatarqueña.
CHILO: (Corrige.) Catamarqueña... Catamarqueña...
DANTE: (Al teléfono.) ¡E una orden comendatore! La távola de la fenestra para tre
persona. ¡Molto piachere! (Cuelga. Va a salir y se vuelve hacia Frida.)
DANTE: Non te va ancora, ¿no?
FRIDA: (Mira la hora.) Dentro de un ratito.
DANTE: (Disculpándose.) Oyi e vernedí. Un día bravo. ¿Capishe?
FRIDA: Atiende, padre.
DANTE: (La besa.) Dopo ci vediamo. (Dante ingresa al salón. Frida vuelve a
ocuparse de la valija. Chilo está leyendo el diario. El Abuelo toca
"Canzoneta ".)
ABUELO: "La Boca.... Cayecón, Vuelta de Rocha... bodecón, Yenaro e su acordeón...
¡Canzoneta gri de ausenchia, cruel malón de pena vieca escondida en la
sombra de mi alcohol..."
CHILO: (Leyendo el diario.) ¡Oia! Mirá, papá. El domingo pasado estuvo de turno la
farmacia de don Pascual. (Lee.) Sección 22, Almirante Brown 1302. Era la
farmacia de don Pascual, ¿te acordás?
ABUELO: Entonce no va a venir a cucar al tute. Cuando está de turno no viene a cucar
al tute con me.
CHILO: ¿Qué se habrá hecho de don Pascual? Tenía tu edad. más o menos.
ABUELO: ¿Cuanto ano tengo io?
CHILO: Y ochenti... Déjeme pensar. Salimos de Buenos Aires en el... Tenés ochenta
y cinco.
ABUELO: Entonces don Pacual tene ochenta e tre. Cuando él e arrivato a la Aryentina
tenía diecioto anno... e io vente. Sempre le quievé due anno. (Se hace una
pausa. El Abuelo toca.) "La Boca. cayecón, Vuelta de Rocha... Bodecón...
Yenaro e su acordeón...". ¿Así que don Pacual está de turno oyi?
CHILO: (Con cansancio.) No, papá, no.
ABUELO: Lo diche el diario.
GRIS DE AUSENCIA 4
CHILO: Pero este diario es del domingo pasado. Ya te lo expliqué. Aquí los diarios se
leen atrasados. (Para sí.) ¡Qué tanos bestias! Además... vaya a saber qué se
hizo de don Pascual. Por lo menos la farmacia está.
ABUELO: ¿Cuando vamo a volver a Buenosaria. Chilo?
CHILO: Algún día, papá.
ABUELO: (Vuelve a tocar.) Quero volver a Buenosaria a cucar al tute con don Pacual
"Canzoneta gri de ausenchia... cruel malón de pena vieca, escondida en la
sombra de mi alcohol... ¡Soñé Tarento... con chien regreso... Pero sico aquí
en la Boca donde yoro mi concoca... " . Nunca me podía canar al tute, don
Pacual. (Ríe.) ¡E che nocaba! ¡Ma nunca me podía canar!
FRIDA: ¡Por fin! (Deja la valija en el suelo y va a sentarse junto a Chilo. Este la
mira.)
CHILO: La Frida... Qué linda estás. Los puntos se deben volver locos en Madrid,
¿no?
FRIDA: ¿Los puntos?
CHILO: Los gallegos... los muchachos.
FRIDA: (Ríe.) Qué gracioso hablas tú. Me gusta escucharte .
CHILO: – ¡Qué churro! ¿Así te dicen?
FRIDA: No... ¡Qué maja!
CHILO: ¿Maja? Es joda. (Ríe.) Oíme... no te querrán decir eso de la maja en pelotas
¿no?
FRIDA: ¡No! (Ambos ríen.)
CHILO: Y en cuanto te dicen "qué maja", vos le decís, "soy argentina".
FRIDA: Argentina... porteña y del barrio de la Boca.
CHILO: Cómo te acordás.
FRIDA: Siempre me lo decías. Frida: tú eres argentina, porteña y del barrio de la
Boca. ¡Tienes que gritárselo a todo el mundo!
ABUELO: Qui e?
FRIDA: Soy yo, abuelo.
CHILO: La Frida, papá.
ABUELO: Credeba que era don Pacual.
CHILO: ¿Cómo don Pascual? ¿En Roma don Pascual?
ABUELO: E cherto. Don Pacual está de turno oyi. Non pode venir a cucar al tute con
me.
CHILO: (A Frida.) Don Pascual era el farmacéutico de al lado de casa. En la calle
Almirante Brown. Y venía todas las tardes a jugar a las cartas con papá.
ABUELO: Nunca me podía canar. ¡E che nocaba! (Ríe.)
GRIS DE AUSENCIA 5
CHILO: (A Frida.) ¿Vos no te acordás?
FRIDA: No... Casi nada.
CHILO: ¡Uy... cómo te quería! Y vos tenías locura con él. (Imita a Frida.) "Don
Pascual... Don Pascual...". Cada vez que lo veías te le tirabas a los brazos.
¡Tenía locura con vos! Y él fue el que te subió al barco en brazos. ¿No te
acordás? (Frida niega.) Claro... vos debías tener cinco años...
FRIDA: Menos de cuatro.
CHILO: ¡Cómo lloraba don Pascual! Siempre me lo acuerdo... en el muelle, llorando
y agitando los brazos. Un tano macanudo.
ABUELO: Sempre íbamo a la piazza Venechia con don Pacual, e cucábamos al tute
baco lo árbole. (A Frida.) En la piazza Venechia. Cherca de casa.
CHILO: Ese es el Parque Lezama, papá.
ABUELO: ¡Eco! El Parque Lezama. E mirábamo el Coliseo.
CHILO: ¿Qué Coliseo? La cancha de Boca.
ABUELO: Eco. Está tuta rota la cancha de Boca. (Toca.) "Pero sico aquí en la Boca,
donde yoro mi concoca... ¡Soñé Tarento... con chien regreso!..." (Frida se ha
puesto a hojear el "Clarín".)
FRIDA: ¿Sabes tío? Casi no me acuerdo nada de Buenos Aires. Pero tengo una
imagen: una vez me llevaste a caminar por una calle llena de gente...
CHILO: Sería la calle Florida. Siempre te llevaba a la calle Florida.
FRIDA: Había mucha gente.
CHILO: ¡Ja! La calle más linda del mundo.
FRIDA: Florida. Tendrá flores.
CHILO: ¡Está llena de flores! Y árboles que se entrecruzan por arriba... puentecitos...
góndolas... músicos y poetas que recitan. Y la gente canta y baila.
FRIDA: ¡Qué hermoso! (En ese instante suena el teléfono. A parece Dante y lo
atiende.)
DANTE: Trattoría La Argentina, bonasera. ¿Qui e? (Grita.) Quiamada da Londra.
(Ingresa Lucía agitada.)
LUCÍA: E Martinchito... Martinchito...
DANTE: (Al teléfono.) Sí, siñorina.
LUCÍA: (Le saca el tubo.) Martinchito!... Ah, sí, siñorina, aspeto. (Se queda
esperando. Dante va hacia el Abuelo.)
DANTE: Papá... póncase el poncho que lo prechiso. (Toma un poncho y ayuda al
Abuelo a ponérselo.) La mesa de la finestra. Sono tre cliente molto
importante. Tene que tocar osté. (El abuelo asiente.) Ma non toca cuesta
porquería de sempre. Toque la cumparchita. ¿Se ricorda? (El Abuelo lo mira.
Dante canturrea La Cumparsita.) "Ta-ra-ra-rá... Tarara-ra-ra-ra-ra-ra..." (El
Abuelo saca unos acordes confusos, lejanamente parecidos a "La
GRIS DE AUSENCIA 6
Cumparsita". Ambos van saliendo hacia el salón. Dante le repite la tonada
de La Cumparsita.) Cosi-cosi... Cosi, cosi, si-si-si-si-si."
LUCÍA: (Al teléfono) ¡Martinchito! Figlio mío. ¿Come vai? (Pausa.) ¡Que come vai!
(Escucha con un gesto de impotencia.) ¡Ma non ti capisco, figlio mío!
¿Come? ¿Come? ¿Mader? ¿Qui é mader? ¡Ah... mader! Sí, sono io. ¡Mader!
(Dirá todo lo que sigue, llorando y sin parar.) Ho nostalgia di te. ¿Quando
verrai a vedermi? ¿Fa molto freddo a Londra? (Escucha.) ¿Come? ¿Come?
¿Cosa é "andertan"? (A Frida.) Diche que "no andertan". (Frida va hacia
ella y le saca el tubo.)
FRIDA: ¿Martín? Soy yo, Frida. ¡Frida! ¡Tu sister! ¿Cómo estás? ¡Que cómo estás!
(Pausa.) ¡Que how are you. coño! Nosotros bien... ¡No–so–tros! (Hace un
gesto de impaciencia. ) Noialtri... Noialtri good . ¡Good, sí, good!
LUCÍA: Domándagli quando verrá a vedermi.
FRIDA: (A Martín.) Un momento. ¡Que un moment! (Mira a Lucía. )
LUCÍA: (Nerviosa.) ¡Che gli domandi quando verrá a vedermi!
FRIDA: No te entiendo, madre.
LUCÍA: ¡Que gli domandi quando verrá a vedermi! (Frida, con la mirada, busca el
auxilio de Chilo.)
CHILO: No sé... dice que lo mandes a algún lado.
FRIDA: (Al teléfono.) Dice madre... Mader diche... No, mader sei... Que te mande...
¡Que te mande a ver! Coño: cómo se dice mandar a ver en inglés. ¿A quién
quieres que vaya a ver, madre?
LUCÍA: (Histérica.) ¡Domándali si fa freddo a Londra'
FRIDA: Dice que vayas a ver a Fredy en Londres. (Escucha.) Fredy... Fredy. Okey...
Okey. (Cuelga. Lucía la mira expectante.) Dice que está bien.
LUCÍA: ¿Que está bene, qué?
FRIDA: Me dijo okey. Okey quiere decir que está bien. Va a ir a vérlo a Fredy. (En
ese instante ingresan Dante y el Abuelo. El Abuelo tocando.)
ABUELO: "Soñé, Tarento... con chien regresooo. Pero sico aquí en la Boca..."
DANTE: (Lo zamarrea.) Le dique que tocara "La Cumparchita". A la yente no le
piache cuesta cosa italiana que osté toca. ¡La cumparchita le piache a la
yente! Cuesto e una trattoría aryentina. Va, va... Practique la cumparchita. (A
Lucía.) ¿Qué ha deto Martinchito?
LUCÍA: (Llorosa. ) Que fá molto freddo a Londra.
DANTE: Eh... Sempre fa freddo a Londra. (A Chilo.) Anota una tripa gorda para la
sete e un postre viquilante a la nuove. (A la cocina.) Bruno marche do
empanada é tre locro a la camatarqueña...
CHILO: (Corrige.) Catamarqueña. Ca–ta–mar–que–ña. (Dante ha salido. Lucía se
queda llorosa y Chilo anota los pedidos. Frida toma la valija.)
FRIDA: Me voy a ir yendo, madre.
GRIS DE AUSENCIA 7
LUCÍA: (Asustada.) ¿Te vai? ¿Te vai?
FRIDA: Y sí madre. Ya es hora
LUCÍA: Frida... (Se acerca a ella.) ¿Por qué no te quedá a Roma? ¿Por qué no te
quedá?
FRIDA: Madre... Ya lo hablamos.
LUCÍA: (La abraza llorando.) Quedáte a Roma... Quedáte a Roma con me.
FRIDA: No puedo, sabes que no puedo.
LUCÍA: ¿Ma por qué? (Frida no contesta.) E ese uomo. ¿no? ¡E ese uomo!
FRIDA: Sí. es Manolo también. Pero no es sólo él.
LUCÍA: Osté está enamorada de él.
FRIDA: Sí. Y nos vamos a casar.
LUCÍA: ¿A casar? E un estranyero. ¡Non e como noialtri! ¡E un estranyero e te va a
abandonar! ¡Porque lo estranyero sono cosí! (La mira con odio.) ¡Vate!
¡Vate e no vuelva ma!
FRIDA: Madre...
LUCÍA: ¡Me a ascoltato! ¡No vuelva ma! (Se aleja de ella llorando.)
FRIDA: (Mira un instante a Lucía y Iuego va hacia Chilo.) Adiós tío.
CHILO: Chau. piba. Buen viaje. (Se besan.)
FRIDA: (Besa al Abuelo.) Adiós, abuelo.
ABUELO: ¿Te va a pasear? Cuando pase por la farmachia dechile a don Pacual que lo
estó esperando para cucar al tute.
FRIDA: (Va a salir y se detiene. A Lucía.) Te voy a escribir, madre. (Sale.)
ABUELO: "Canzoneta gri de ausenchia cruel malón de pena vieca escondida en la
sombra de mi alcohol... ¡Soñé Tarentoooo... con chien regreso..." ¿Cuándo
vamo a volver a Buenosaria, Chilo?
CHILO: Algún día. (Desde el salón ingresa Dante agitado.)
DANTE: ¡Ma qué pasa!... ¡Luchía!... Tre mesa sen atender. ¡Tre mesa!
LUCÍA: (Furiosa.) Me ne frega la tre mesa... ¡Me ne frega la tre mesa e me ne frega
lo cliente! (Se saca el poncho y lo arroja al suelo. Sale llorando hacia los
dormitorios. )
DANTE: ¡Ma porca miseria! ¡Justo un vernedi! (A Chilo.) Debe ayudarme al salón.
CHILO: ¿El salón? Nooo... De mozo no.
DANTE: ¡Ma io solo non doy abasto!
CHILO: ¿Yo servir a un tano? ¿A que me insulte? No... Ya te lo dije. Te hago el
adicionista. Pero de mozo. no. Te lo dije cuando se te ocurrió poner el
restaurante. ¡De mozo, no! Ese fue el pacto.
GRIS DE AUSENCIA 8
DANTE: – Stá bene. Osté no me ayuda. Ma no come ma. ¡Se lo curo! (Hace el gesto
de la vendeta.) ¡Non come ma! ¡Va a ir a pedir lemosna! (Sale
violentamente hacia el salón.)
CHILO: – ¡Prefiero pedir limosna y no hacerle de alcahuete a un tano de mierda!
(Chilo se pone a leer el diario. Pausa. El Abuelo toca "Canzoneta ". )
ABUELO: Agarrábamo por Almirante Brown con don Pacual e no íbamo a la Vuelta de
Rocha. ¿Te acorda de la Vuelta de Rocha, Chilo?
CHILO: – Si, papá, sí...
ABUELO: E mirábamo el Tevere.
CHILO: – El Tíber, no. Eso es acá. El... (Se detiene.) El... (Se va asustando.) ¿Cómo
se llama? El... ¡Pero carajo!
ABUELO: El Tevere...
CHILO: (Furioso.) ¡No... eso es acá! E... el... (Hace un gesto de impaciencia.)
¡Pero!... Frente a la Vuelta de Rocha... del otro lado está Avellaneda... los
barcos... Quinquela Martín... ¡Carajo! (Contento.) ¡El arroyuelo!
ABUELO: Eco... el Riachuelo... e dopo el Castello de Santangelo...
CHILO: – El Riachuelo... (El Abuelo se pone a tocar "Canzoneta". Lentamente
Chilo se va colocando el poncho que Lucía arrojó al suelo y va hacia el
salón del restaurante.)
CHILO: (Desde la puerta que da al salón, resignado.) Comendatore... ¿Cosa vuole?
(Chilo sale hacia el salón. El Abuelo queda solo.)
ABUELO: Cucá osté, don Pacual. Spada e triunfo. Termenamo el partido e dopo no
vamo a piazza Venechia, ¿eh? Agarramo por Almirante Brown... cruzamo
Paseo Colón e no vamo a cucar al tute baco lo árbole. Cuando era cóvene,
sempre iba al Parque Lezama. Con el mío babbo e la mía mamma... Mi
hermano Anyelito... Tuto íbamo al Parque Lezama... E il Duche salía al
balcón... la piazza yena de quente. E el queneral hablaba e no dicheva:
"Descamisato... del trabaco a casa e de casa al trabaco". E eya era rubia e
cóvena. E no dicheva: "Cuídenlo al queneral". E dopo el Duche preguntaba:
"¿Qué volete? ¿Pane o canune?" E nosotro le gritábamo: "Leña, queneral,
leña queneral". (Toca acordes de "Canzoneta".) Ma... dopo me tomé el
barco. E el barco se movía e el mío hermano Anyelito mi dicheva: "A la
Aryentina vamo a fare plata... mucha plata... E dopo volvemo a Italia". (Ríe.)
Así dicheva mi hermano Anyelito, que Dio lo tenga en la Santa Gloria. Una
tarde de sol se cayó del andamio. (Toca y canturrea.) "Canzoneta gri de
ausenchia, cruel malón de pena vieca escondida en la sombra de mi alcohol...
Soñé Tarento, con chien regreso..." ¿Cuándo vamo a volver a Italia, don
Pacual? ¿Cuándo vamo a volver a Italia?
TELON

Roberto Arlt - La isla desierta

La isla desierta
PERSONAJES:
• EL JEFE
• MANUEL
• MARÍA
• EMPLEADO 1
• EMPLEADO 2
• TENEDOR DE LIBROS
• EMPLEADA 1ª
• EMPLEADA 2ª
• EMPLEADA 3ª
• CIPRIANO (MULATO)
• DIRECTOR
ACTO ÚNICO
ESCENA: Oficina rectangular blanquísima, con ventanal a todo lo ancho del salón, enmarcando un cielo infinito caldeado en azul. Frente a las mesas escritorios, dispuestos en hilera como reclutas, trabajan, inclinados sobre las máquinas de escribir, los empleados. En el centro y en el fondo del salón, la mesa del JEFE, emboscado tras unas gafas negras y con el pelo cortado como la pelambre de un cepillo. Son las dos de la tarde, y una extrema luminosidad pesa sobre estos desdichados simultáneamente encorvados y recortados en el espacio por la desolada simetría de este salón de un décimo piso.
1. EL JEFE.- Otra equivocación, Manuel.
2. MANUEL.- ¿Señor?
3. EL JEFE.- Ha vuelto a equivocarse, Manuel.
4. MANUEL.- Lo siento, señor.
5. EL JEFE.- Yo también. (Alcanzándole la planilla.) Corríjala. (Un minuto de silencio.)
6. EL JEFE.- María.
7. MARÍA.- ¿Señor?
8. EL JEFE.- Ha vuelto a equivocarse, María.
9. MARÍA.- (Acercándose al escritorio de EL JEFE.) Lo siento, señor.
10. EL JEFE.- También yo lo voy a sentir cuando tenga que hacerlos echar. Corrija. (Nuevamente hay otro minuto de silencio. Durante este intervalo pasan chimeneas de buques y se oyen las pitadas de un remolcador y el bronco pito de un buque. Automáticamente todos los EMPLEADOS enderezan las espaldas y se quedan mirando la ventana.)
11. EL JEFE.- (Irritado.) ¡A ver si siguen equivocándose! (Pausa.)
12. EMPLEADO 1º.- (Con un apagado grito de angustia.) ¡Oh! no; no es posible. (Todos se vuelven hacia él.)
13. EL JEFE.- (Con venenosa suavidad.) ¿Qué no es posible, señor?
14. MANUEL.- No es posible trabajar aquí.
15. EL JEFE.- ¿No es posible trabajar aquí? ¿Y por qué no es posible trabajar aquí? (Con lentitud.) ¿Hay pulgas en las sillas? ¿Cucarachas en la tinta?
16. MANUEL.- (Poniéndose de pie y gritando.) ¡Cómo no equivocarse! ¿Es posible trabajar sin equivocarse aquí? Contéstame. ¿Es posible trabajar sin equivocarse aquí?
17. EL JEFE.- No me falte, Manuel. Su antigüedad en la casa no lo autoriza a tanto. ¿Por qué se arrebata?
18. MANUEL.- Yo no me arrebato, señor. (Señalando la ventana.) Los culpables de que nos equivoquemos son esos malditos buques.
19. EL JEFE.- (Extrañado.) ¿Los buques? (Pausa.) ¿Qué tienen los buques?
20. MANUEL.- Sí, los buques. Los buques que entran y salen, chillándonos en las orejas, metiéndosenos por los ojos, pasándonos las chimeneas por las narices. (Se deja caer en la silla.) No puedo más.
21. TENEDOR DE LIBROS.- Don Manuel tiene razón. Cuando trabajábamos en el subsuelo no nos equivocábamos nunca.
22. MARÍA.- Cierto; nunca nos sucedía esto.
23. EMPLEADA 1ª.- Hace siete años.
24. EMPLEADO 1º.- ¿Ya han pasado siete años?
25. EMPLEADO 2º.- Claro que han pasado.
26. TENEDOR DE LIBROS.- Yo creo, jefe, que estos buques, yendo y viniendo, son perjudiciales para la contabilidad.
27. EL JEFE.- ¿Lo creen?
28. MANUEL.- Todos lo creemos. ¿No es cierto que todos lo creemos?
29. MARÍA.- Yo nunca he subido a un buque, pero lo creo.
30. TODOS.- Nosotros también lo creemos.
31. EMPLEADA 2ª.- Jefe, ¿ha subido a un buque, alguna vez?
32. EL JEFE.- Y para qué un jefe de oficina necesita subir a un buque?
33. MARÍA.- ¿Se dan cuenta? Ninguno de los que trabajan aquí ha subido a un buque.
34. EMPLEADA 2ª.- Parece mentira que ninguno haya viajado.
35. EMPLEADO 2º.- ¿Y por qué no ha viajado usted?
36. EMPLEADA 2ª.- Esperaba casarme...
37. TENEDOR DE LIBROS.- Lo que es a mí, ganas no me han faltado.
38. EMPLEADO 2º.- Y a mí. Viajando es como se disfruta.
39. EMPLEADO 3º.- Vivimos entre estas cuatro paredes como en un calabozo.
40. MANUEL.- Cómo no equivocarnos. Estamos aquí suma que te suma, y por la ventana no hacen nada más que pasar barcos que van a otras tierras. (Pausa.) A otras tierras que no vimos nunca. Y que cuando fuimos jóvenes pensamos visitar.
41. EL JEFE.- (Irritado.) ¡Basta! ¡Basta de charlar! ¡Trabajen!
42. MANUEL.- No puedo trabajar.
43. EL JEFE.- ¿No puede? ¿Y por qué no puede, don Manuel?
44. MANUEL.- No. No puedo. El puerto me produce melancolía.
45. EL JEFE.- Le produce melancolía. (Sardónico.) Así que le produce melancolía. (Conteniendo su furor.) Siga, siga su trabajo.
46. MANUEL.- No puedo.
47. EL JEFE.- Veremos lo que dice el Director General. (Sale violentamente.)
48. MANUEL.- Cuarenta años de oficina. La juventud perdida.
49. MARÍA.- ¡Cuarenta años! ¿Y ahora?...
50. MANUEL.- ¿Y quieren decirme ustedes para qué?
51. EMPLEADA 3ª.- Ahora lo van a echar...
52. MANUEL.- ¡Qué me importa! Cuarenta años de Debe y Haber. De Caja y Mayor. De Pérdidas y Ganancias.
53. EMPLEADA 2ª.- ¿Quiere una aspirina, Don Manuel?
54. MANUEL.- Gracias, señorita. Esto no se arregla con aspirina. Cuando yo era joven creía que no podría soportar esta vida. Me llamaban las aventuras... los bosques. Me hubiera gustado ser guardabosques. O cuidar un faro...
55. TENEDOR DE LIBROS.- Y pensar que a todo se acostumbra uno.
56. MANUEL.- Hasta a esto...
57. TENEDOR DE LIBROS.- Sin embargo, hay que reconocer que estábamos mejor abajo. Lo malo es que en el subsuelo hay que trabajar con luz eléctrica.
58. MARÍA.- ¿Y con qué va a trabajar uno si no?
59. EMPLEADO 1º.- Uno estaba allí tan tranquilo como en el fondo de una tumba.
60. TENEDOR DE LIBROS.- Cierto, se parece a una tumba. Yo muchas veces me decía: "Si se apaga el sol, aquí no nos enteramos"...
61. MANUEL.- Y de pronto, sin decir agua va, nos sacan del sótano y nos meten aquí. En plena luz. ¿Para qué queremos tanta luz? ¿Puedes decirme para qué queremos tanta luz?
62. TENEDOR DE LIBROS.- Francamente, yo no sé...
63. EMPLEADA 2ª.- El jefe tiene que usar lentes negros...
64. EMPLEADO 2º.- Yo perdí la vista allá abajo...
65. EMPLEADO 1º.- Sí, pero estábamos tan tranquilos como en el fondo del mar.
66. TENEDOR DE LIBROS.- De allí traje mi reumatismo. (Entra el ordenanza CIPRIANO, con un uniforme color canela y un vaso de agua helada. Es MULATO, simple y complicado, exquisito y brutal, y su voz por momentos persuasiva.)
67. MULATO.- ¿Y el Jefe?
68. EMPLEADA 2ª.- No está. ¿No ve que no está?
69. EMPLEADO 2º.- Fue a la Dirección...
70. MULATO.- (Mirando por la ventana.) ¡Hoy llegó el "Astoria"! Yo lo hacía en Montevideo.
71. EMPLEADA 2ª.- (Acercándose a la ventana.) ¡Qué chimeneas grandes tiene!
72. MULATO.- Desplaza cuarenta y tres mil toneladas...
73. EMPLEADO 1º.- Ya bajan los pasajeros...
74. MANUEL.- Y nosotros quisiéramos subir.
75. MULATO.- Y pensar que yo he subido a casi todos los buques que dan vuelta por los puertos del mundo.
76. EMPLEADO 2º.- Hablaron mucho los diarios...
77. MULATO.- Sé los pies que calan. En qué astilleros se construyeron. El día que los botaron. Yo, cuando menos, merecía ser ingeniero naval.
78. EMPLEADO 2º.- Vos, ingeniero naval... No me hagas reír.
79. MULATO.- O capitán de fragata. He sido grumete, lavaplatos, marinero, cocinero de veleros, maquinista de bergantines, timonel de sampanes, contramaestre de paquebotes...
80. EMPLEADO 2º.- ¿Por donde viajaste? ¿Por la línea del Tigre o por la de Constitución?
81. MULATO.- (Sin mirar al que lo interrumpe.) Desde los siete años que doy vueltas por el mundo, y juro que jamás en la vida me he visto entre chusma tan insignificante como la que tengo que tratar a veces...
82. MARÍA.- (A empleada 1ª.) A buen entendedor...
83. MULATO.- Conozco el mar de las Indias. El Caribe, el Báltico... hasta el océano Ártico conozco. Las focas, recostadas en los hielos, lo miran a uno como mujeres aburridas, sin moverse...
84. EMPLEADO 2º.- ¡Che, debe hacer un fresco bárbaro por ahí!
85. EMPLEADA 2ª.- Cuente, Cipriano, cuente. No haga caso.
86. MULATO.- (Sin volverse.) Aviada estaría la luna si tuviera que hacer caso de los perros que ladran. En un zampan me he recorrido el Ganges. Y había que ver los cocodrilos que nos seguían...
87. MARÍA.- No sea exagerado, Cipriano.
88. MULATO.- Se lo juro, señorita.
89. EMPLEADO 2º.- Indudablemente, este no pasó de San Fernando.
90. MULATO.- (Violento.) A mí nadie me trata de mentiroso, ¿sabe? (Arrebatado, se quita la chaquetilla, y luego la camisa, que muestra una camiseta roja, que también se saca.)
91. EMPLEADA 1ª.- ¿Qué hace, Cipriano?
92. EMPLEADA 2ª.- ¿Está loco?
93. EMPLEADA 3ª.- Cuidado, que puede venir el jefe.
94. MULATO.- Vean, vean estos tatuajes. Digan si estos son tatuajes hechos entre la línea del Tigre o Constitución. Vean...
95. EMPLEADA 2ª.- ¡Una mujer en cueros!
96. MULATO.- Este tatuaje me lo hicieron en Madagascar, con una espina de tiburón.
97. EMPLEADO 2º.- ¡Qué mala espina!
98. MULATO.- Vean esta rosa que tengo sobre el ombligo. Observen que delicadeza de pétalos. Un trabajo de indígenas australianos.
99. EMPLEADO 2º.- ¿No será una calcomanía?
100. EMPLEADA 2ª.- ¡Qué va a ser calcomanía! Este es un tatuaje de veras.
101. MULATO.- Le aseguro, señorita, que si me viera sin pantalones se asombraría...
102. TODOS.- ¡Oh... ah!...
103. MULATO.- (Enfático.) Sin pantalones soy extraordinario.
104. EMPLEADA 1ª.- No se los pensará quitar, supongo.
105. MULATO.- ¿Por qué no?
106. EMPLEADA 3ª.- No, no se los quite.
107. MULATO.- No voy a quedar desnudo por eso. Y verán qué tatuajes tengo labrados en las piernas.
108. EMPLEADA 1ª.- Es que si entra alguien...
109. EMPLEADA 3ª.- Cerrando la puerta. (Va a la puerta.)
110. MULATO.- (Quitándose los pantalones y quedando con un calzoncillo corto y rojo con lunares blancos.) Miren estos dibujos. Son del más puro estilo malasio. ¿Qué les parece esta guarda de monos pelando bananas? (Murmullos de "Oh... ah...") Lo menos que merezco es ser capitán de una isla. (Toma un pliego de papel madera y rasgándolo en tiras se lo coloca alrededor de la cintura.) Así van vestidos los salvajes de las islas.
111. EMPLEADA 1ª.- ¿A las mujeres también les hacen tatuajes?...
112. MULATO.- Claro. ¡Y qué tatuajes! Como para resucitar a un muerto.
113. EMPLEADA 2ª.- ¿Y es doloroso tatuarse?
114. MULATO.- No mucho... Lo primero que hace el brujo tatuador es ponerlo a uno bajo un árbol...
115. EMPLEADA 2ª.- Uy, que miedo.
116. MULATO.- Ningún miedo. El brujo acaricia la piel hasta dormirla. Y uno acaba por no sentir nada.
117. EMPLEADO 1º.- Claro...
118. MULATO.- Siempre bajo los árboles hay hombres y mujeres haciéndose tatuar. Y uno termina por no saber si es un hombre, un tigre, una nube o un dragón.
119. TODOS.- ¡Oh, quién lo iba a decir! ¡Si parece mentira!
120. MULATO.- (Fabricándose una corona con papel y poniéndosela.) Los brujos llevan una corona así y nadie los mortifica.
121. EMPLEADA 1ª.- Es notable.
122. EMPLEADA 2ª.- Las cosas que se aprenden viajando...
123. MULATO.- Allá no hay jueces, ni cobradores de impuestos, ni divorcios, ni guardianes de plaza. Cada hombre toma a la mujer que le gusta y cada mujer al hombre que le agrada. Todos viven desnudos entre las flores, con collares de rosas colgantes del cuello y los tobillos adornados de flores. Y se alimentan de ensaladas de magnolias y sopas de violetas.
124. TODOS.- Eh, eh...
125. EMPLEADA 2ª.- ¡Eh! ¡Cipriano, que no nacimos ayer!
126. MULATO.- Juro que se alimentan de ensaladas de magnolias.
127. TODOS.- No.
128. MULATO.- Sí.
129. EMPLEADO 2º.- Mucho... mucho...
130. MULATO.- Digo que sí. Y además los árboles están siempre cargados de toda clase de fruta.
131. MANUEL.- No será como la que uno compra aquí, en la feria.
132. MULATO.- Allá no. Cuelgan libremente de las ramas y quien quiere, come, y quién no quiere, no come... y por la noche, entre los grandes árboles, se encienden fogatas y ocurre lo que es natural que ocurra entre hombres y mujeres.
133. EMPLEADA 1º.- ¡Qué países, qué países!
134. MULATO.- Y digo que es muy saludable vivir así libremente. Al otro día la gente trabaja con más ánimo en los arrozales y si uno tiene sed (toma el vaso de agua y bebe.) parte un coco y bebe su deliciosa agua fresca.
135. MANUEL.- (Tirando violentamente un libro al suelo.) ¡Basta!
136. MULATO.- ¿Basta qué?
137. MANUEL.- Basta de noria. Se acabó. Me voy.
138. EMPLEADA 2ª.- ¿A dónde va, don Manuel?
139. MANUEL.- A correr mundo. A vivir la vida. Basta de oficina. Basta de malacate. Basta de números. Basta de reloj. Basta de aguantarlo a este otro canalla. (Señala la mesa del jefe.) (Pausa.)
140. EMPLEADO 1º.- ¿Quién es el otro?
141. TODOS.- ¿Quién es?
142. MANUEL.- (Perplejo.) El otro... el otro... el otro... soy yo.
143. EMPLEADA 3ª.- ¡Usted, don Manuel!
144. MANUEL.- Sí, yo; que desde hace veinte años le llevo los chismes al jefe. Mucho tiempo hacía que me amargaba este secreto. Pero trabajábamos en el subsuelo. Y en el subsuelo las cosas no se sienten.
145. TODOS.- ¡Oh!...
146. EMPLEADO 1º.- ¿Qué tiene que ver el subsuelo?
147. MANUEL.- No sé. La vida no se siente. Uno es como una lombriz solitaria en un intestino de cemento. Pasan los días y no se sabe cuándo es de día, cuándo es de noche. Misterio. (Con desesperación.) Pero un día nos traen a este décimo piso. Y el cielo, las nubes, las chimeneas de los transatlánticos se nos entran. Desnudas de los pies a la cabeza. Con collares de flores. Que se alimentan de ensaladas de magnolias. Y hermosos hombres desnudos. Que bailan bajo los árboles, como ahora nosotros bailamos aquí...
148. La hoja de la bananera. De verde ya se madura. Quien toma prenda de joven. Tiene la vida segura.
149. (La danza se ha ido generalizando a medida que habla el MULATO, y los viejos, los empleados y las empleadas giran en torno de la mesa, donde como un demonio gesticula, toca el tambor y habla el condenado negro.)
150. Y bailan, bailan, bajo los árboles cargados de frutas. De aromas...
151. (Histéricamente todos los hombres se van quitando los sacos, los chalecos, las corbatas; las muchachas se recogen las faldas y arrojan los zapatos. El MULATO bate frenéticamente la tapa de la máquina de escribir. Y cantan un ritmo de rumba.)
152. La hoja de la bananera...
153. EL JEFE.- (Entrando bruscamente con el DIRECTOR con voz de trueno.) ¿Qué pasa aquí?
154. MARÍA.- (Después de alguna vacilación.) Señor... esta ventana maldita y el puesto... Y los buques... esos buques malditos...
155. EMPLEADA 2ª.- Y este negro.
156. DIRECTOR.- Oh... comprendo... comprendo. (a EL JEFE). Despida a todo el personal. Haga poner vidrios opacos en la ventana.


Fuente:
Roberto Arlt. “La isla desierta”.

http://www.ensayistas.org/curso3030/textos/teatro/isla-desierta.htm

Funciones sintácticas

Funciones sintácticas

Sujeto ¿Quién?
Predicado
Núcleo:
Sustantivo
Verboide infinitivo


Núcleo
Verbo conjugado
Frase verbal
Modificadores
Son palabras o frases que modifican al núcleo del Sujeto.

Directo: artículo o adjetivo

Indirecto: preposición + frase o palabra

Objetos
Son palabras o frases que modifican al núcleo del Predicado.

Directo: artículo, frase o palabra ¿Qué? (sustituible por lo/s, la/s)

Indirecto: preposición + frase o palabra ¿A quién o para quién? (sustituible por le/s)
Aposición
Es una aclaración del núcleo

Tiene núcleo sustantivo
Está separada por signos de puntuación
Se puede intercambiar por el núcleo del Sujeto.
Circunstanciales
Expresan las características particulares del Predicado.

Pueden ser:
Adverbios o frases adverbiales

Construcciones con preposición

Construcciones de núcleo sustantivo

Según su significado, pueden tener distintos nombres: Modo, Compañía, Instrumento, Lugar, Tiempo, Causa, Fin, Tema, Negación, Afirmación, Cantidad.


Predicativo
Si bien es un modificador del verbo y siempre se encuentra en el Predicado, también puede modificar al Sujeto o al Objeto directo.

Obligatorio: sustantivo o adjetivo que completa el sentido de un verbo copulativo (ser, estar, parecer, semejar, yacer, resultar, quedar)
No obligatorio: adjetivos que acompañan a un verbo No copulativo y se refieren al Sujeto o al Objeto Directo.

Nexos

Tanto en el Sujeto como en el Predicado, podemos encontrar palabras que funcionan como nexo o unión entre otras palabras o frases.

Coordinantes: unen entre sí palabras o frases que pertenecen al mismo nivel sintáctico. Son las conjunciones.
Subordinantes: introducen un nivel sintáctico diferente, que depende del anterior. Son las preposiciones






Clases de oraciones

Unimembre
Están formadas por un núcleo y sus modificadores.
Sus núcleos pueden ser: sustantivo, adjetivo, adverbio. También verbos impersonales, que sólo se conjugan en tercera persona.

Bimembre
Son aquellas que pueden dividirse en Sujeto y Predicado o tener Predicado y Sujeto Tácito.

Compuestas
Están formadas por proposiciones (unidades sintácticas completas) unidas por nexos. Según el tipo de nexo pueden ser:
Yuxtapuestas: si el nexo es un signo de puntuación (coma, punto y coma o dos puntos)
Coordinadas: si el nexo es una palabra.
Las proposiciones coordinadas pueden ser:

Coordinación
Nexos
Significado
Copulativa
Y, e, ni
Indica suma de proposiciones.
Disyuntiva
O, u
Los significados de las proposiciones se excluyen entre sí.
Adversativa
Pero, mas, sin embargo
Se establece una oposición o contraste entre las proposiciones.
Consecutiva
Por lo tanto, entonces, etc.
La segunda proposición es consecuencia de la primera.

miércoles, 2 de julio de 2014

Cómo escribir un guión

El guión no debe ser muy descriptivo literariamente, sino ir al grano y decir lo que quieres que se vea en la pantalla. Por lo tanto hay que ser un poco estricto en cuanto a las descripciones; deja que el actor y el director de screen play se encarguen de las emociones. 
Tienes que tener en mente cuando escribes un guión, que cada hoja que escribes equivale a un minuto de video. por consiguiente si tu guión es de 5 hojas lo más probable es que dure entre 5 y 6 minutos. 
El guión se divide por escenas, éstas son marcadas cada vez que se cambia de escenario. 
Al principio de la hoja tenemos que especificar la ubicación o el escenario (muy delimitado) 


Ejemplo:                                         01.- ext./int. - dia/noche - parque 
ext. ------> exterior 
int. -------> interior 

Después tenemos que describir la escena con palabras que cualquier persona entienda. Se escriben en tiempo presente. 

Ejemplo:
                                                                 1.- ext. - dia - parque 


SAMUEL está jugando canicas con ISSAC, pero Issac pierde su canica preferida por un agujero en un tronco antiguo. Samuel e Issack van tras ella para encontrarla. Al entrar descubren que es la puerta a un mundo mágico. 

Quizás quieras poner diálogos. Lo que se hace es poner el nombre del personaje en el centro de la hoja y después se agrega el diálogo debajo.

Ejemplo: 

01.- ext. dia - parque 
SAMUEL está jugando canicas con ISSAC, pero Issac pierde su canica preferida por un agujero en un tronco antiguo. Samuel e Issack van tras ella para encontrarla. Al entrar descubren que es la puerta a un mundo mágico. 

ISAAC
¡Oh! mi canica acaba de caer en ese agujero espantoso y era mi favorita. Ahora que voy a hacer? tengo que sacarla de ese lugar. Samuel me ayudas? por favor... 

Samuel

Ok pero me tendrás que dar tu gorra roja. La que le ganaste a Richard en el patio del colegio. 

Issack

Pero me prometes que me ayudaras en todo. Así te tengas que arrastrar. 

Samuel 
(confundido)


Bueno... es un trato. 

Después puedes agregar otra descripción que terminaría la acción y da pie a la siguiente escena. 

Ejemplo:
Samuel e Issac se meten en el tronco. Ven una puerta por donde se ve a un pequeño duendecillo corre con la canica que estaban buscando. 

miércoles, 11 de junio de 2014

Bradbury, Ray - Farenheit 451

Bradbury, Ray - Farenheit 451

Aguirre, Sergio - Los vecinos mueren en las novelas

Aguirre, Sergio - Los vecinos mueren en las novelas

Farenheit 451, de Ray Bradbury. Guía de lectura 1



Guía de Lectura 1
Farenheit 451, Ray Bradbury

Sinopsis: esta obra ofrece la historia de un sombrío y horroroso futuro. Montag, el protagonista, pertenece a una extraña brigada de hombres cuya misión, paradójicamente, no es la de sofocar incendios sino la de provocarlos para quemar libros. Porque en el país de Montag está terminantemente prohibido leer. Porque leer obliga a pensar y en el país de Montag está prohibido pensar. Porque leer impide ser ingenuamente feliz, y en el país de Montag hay que ser feliz a la fuerza…

Primera parte: Era estupendo quemar

Análisis de género y estilo

      1)  ¿Por qué esta novela pertenece al género de la ciencia ficción? Justificá de acuerdo a las definiciones del género y a cómo aparece en la novela. ¿Se trata de una ciencia ficción utópica o distópica? Justificá.
2)      Transcribe ejemplos de:
            -     descripciones dinámicas y estáticas.
-          caracterizaciones de personajes (directas e indirectas)
-          marcas de tiempo y lugar
3)      ¿Qué función cumplen esos fragmentos en la historia?

Análisis de contenido

1)      Explicá el título del capítulo en relación a la historia (tener en cuenta el tiempo verbal en que está escrito).
2)      Explicá cuál es el conflicto individual y social que plantea la novela
3)      ¿Por qué es importante Clarisse?¿Con qué argumentos cuestiona a Montag su profesión?
4)      Elaborá un cuadro comparativo sobre Clarisse y Mildred
5)      ¿Cómo se relacionan las acciones de Mildred con la situación del país?
6)      ¿Por qué te parece que cada noche se atienden nueve o diez casos como el de Mildred con las pastillas?
7)      Bradbury imaginó una sociedad futura en relación a los avances tecnológicos y su incidencia en la misma. ¿Qué similitudes y diferencias encontrás entre ese mundo de ficción y nuestra sociedad actual?
8)      ¿Qué se cuestiona Montag luego del incendio en casa de la señora Blake?
9)      ¿Por qué Beatty comienza a vigilar a Montag?
10)  ¿Qué piensa Beatty sobre los libros y de qué manera justifica la tarea de los bomberos?
11)  ¿Por qué creés que Mildred no ayuda a Montag cuando él le confiesa que guarda libros? Justificá con fragmentos.
12)  Investigá qué son el ave Fénix y la Salamandra que están en los emblemas de los bomberos. ¿Qué relación tienen esas figuras con la historia?
13)  Confeccioná una lista de obras y autores que se nombren como prohibidos en la obra.



miércoles, 7 de mayo de 2014

La carta robada - Edgar Allan Poe

Nil sapientiae odiosius acumine nimio.
S
éneca

Me hallaba en París en el otoño de 18... Una noche, después de una tarde ventosa, gozaba del doble placer de la meditación y de una pipa de espuma de mar, en compañía de mi amigo C. Auguste Dupin, en su pequeña biblioteca o gabinete de estudios del n.° 33, rue Dunot, au troisième, Faubourg Saint-Germain. Llevábamos más de una hora en profundo silencio, y cualquier observador casual nos hubiera creído exclusiva y profundamente dedicados a estudiar las onduladas capas de humo que llenaban la atmósfera de la sala. Por mi parte, me había entregado a la discusión mental de ciertos tópicos sobre los cuales habíamos departido al comienzo de la velada; me refiero al caso de la rue Morgue y al misterio del asesinato de Marie Rogêt. No dejé de pensar, pues, en una coincidencia, cuando vi abrirse la puerta para dejar paso a nuestro viejo conocido G..., el prefecto de la policía de París.
Lo recibimos cordialmente, pues en aquel hombre había tanto de despreciable como de divertido, y llevábamos varios años sin verlo. Como habíamos estado sentados en la oscuridad, Dupin se levantó para encender una lámpara, pero volvió a su asiento sin hacerlo cuando G... nos hizo saber que venía a consultarnos, o, mejor dicho, a pedir la opinión de mi amigo sobre cierto asunto oficial que lo preocupaba grandemente.
-Si se trata de algo que requiere reflexión -observó Dupin, absteniéndose de dar fuego a la mecha- será mejor examinarlo en la oscuridad.
-He aquí una de sus ideas raras -dijo el prefecto, para quien todo lo que excedía su comprensión era «raro», por lo cual vivía rodeado de una verdadera legión de «rarezas».
-Muy cierto -repuso Dupin, entregando una pipa a nuestro visitante y ofreciéndole un confortable asiento.
-¿Y cuál es la dificultad? -pregunté-. Espero que no sea otro asesinato.
-¡Oh, no, nada de eso! Por cierto que es un asunto muy sencillo y no dudo de que podremos resolverlo perfectamente bien por nuestra cuenta; de todos modos pensé que a Dupin le gustaría conocer los detalles, puesto que es un caso muy raro.
-Sencillo y raro -dijo Dupin.
-Justamente. Pero tampoco es completamente eso. A decir verdad, todos estamos bastante confundidos, ya que la cosa es sencillísima y, sin embargo, nos deja perplejos.
-Quizá lo que los induce a error sea precisamente la sencillez del asunto -observó mi amigo.
-¡Qué absurdos dice usted! -repuso el prefecto, riendo a carcajadas.
-Quizá el misterio es un poco demasiado sencillo -dijo Dupin.
-¡Oh, Dios mío! ¿Cómo se le puede ocurrir semejante idea?
-Un poco demasiado evidente.
-¡Ja, ja! ¡Oh, oh! -reía el prefecto, divertido hasta más no poder-. Dupin, usted acabará por hacerme morir de risa.
-Veamos, ¿de qué se trata? -pregunté.
-Pues bien, voy a decírselo -repuso el prefecto, aspirando profundamente una bocanada de humo e instalándose en un sillón-. Puedo explicarlo en pocas palabras, pero antes debo advertirles que el asunto exige el mayor secreto, pues si se supiera que lo he confiado a otras personas podría costarme mi actual posición.
-Hable usted -dije.
-O no hable -dijo Dupin.
-Está bien. He sido informado personalmente, por alguien que ocupa un altísimo puesto, de que cierto documento de la mayor importancia ha sido robado en las cámaras reales. Se sabe quién es la persona que lo ha robado, pues fue vista cuando se apoderaba de él. También se sabe que el documento continúa en su poder.
-¿Cómo se sabe eso? -preguntó Dupin.
-Se deduce claramente -repuso el prefecto- de la naturaleza del documento y de que no se hayan producido ciertas consecuencias que tendrían lugar inmediatamente después que aquél pasara a otras manos; vale decir, en caso de que fuera empleado en la forma en que el ladrón ha de pretender hacerlo al final.
-Sea un poco más explícito -dije.
-Pues bien, puedo afirmar que dicho papel da a su poseedor cierto poder en cierto lugar donde dicho poder es inmensamente valioso.
El prefecto estaba encantado de su jerga diplomática.
-Pues sigo sin entender nada -dijo Dupin.
-¿No? Veamos: la presentación del documento a una tercera persona que no nombraremos pondría sobre el tapete el honor de un personaje de las más altas esferas y ello da al poseedor del documento un dominio sobre el ilustre personaje cuyo honor y tranquilidad se ven de tal modo amenazados.
-Pero ese dominio -interrumpí- dependerá de que el ladrón supiera que dicho personaje lo conoce como tal. ¿Y quién osaría...?
-El ladrón -dijo G...- es el ministro D..., que se atreve a todo, tanto en lo que es digno como lo que es indigno de un hombre. La forma en que cometió el robo es tan ingeniosa como audaz. El documento en cuestión -una carta, para ser francos- fue recibido por la persona robada mientras se hallaba a solas en el boudoir real. Mientras la leía, se vio repentinamente interrumpida por la entrada de la otra eminente persona, a la cual la primera deseaba ocultar especialmente la carta. Después de una apresurada y vana tentativa de esconderla en un cajón, debió dejarla, abierta como estaba, sobre una mesa. Como el sobrescrito había quedado hacia arriba y no se veía el contenido, la carta podía pasar sin ser vista. Pero en ese momento aparece el ministro D... Sus ojos de lince perciben inmediatamente el papel, reconoce la escritura del sobrescrito, observa la confusión de la persona en cuestión y adivina su secreto. Luego de tratar algunos asuntos en la forma expeditiva que le es usual, extrae una carta parecida a la que nos ocupa, la abre, finge leerla y la coloca luego exactamente al lado de la otra. Vuelve entonces a departir sobre las cuestiones públicas durante un cuarto de hora. Se levanta, finalmente, y, al despedirse, toma la carta que no le pertenece. La persona robada ve la maniobra, pero no se atreve a llamarle la atención en presencia de la tercera, que no se mueve de su lado. El ministro se marcha, dejando sobre la mesa la otra carta sin importancia.
-Pues bien -dijo Dupin, dirigiéndose a mí-, ahí tiene usted lo que se requería para que el dominio del ladrón fuera completo: éste sabe que la persona robada lo conoce como el ladrón.
-En efecto -dijo el prefecto-, y el poder así obtenido ha sido usado en estos últimos meses para fines políticos, hasta un punto sumamente peligroso. La persona robada está cada vez más convencida de la necesidad de recobrar su carta. Pero, claro está, una cosa así no puede hacerse abiertamente. Por fin, arrastrada por la desesperación, dicha persona me ha encargado de la tarea.
-Para la cual -dijo Dupin, envuelto en un perfecto torbellino de humo- no podía haberse deseado, o siquiera imaginado, agente más sagaz.
-Me halaga usted -repuso el prefecto-, pero no es imposible que, en efecto, se tenga de mi tal opinión.
-Como hace usted notar -dije-, es evidente que la carta sigue en posesión del ministro, pues lo que le confiere su poder es dicha posesión y no su empleo. Apenas empleada la carta, el poder cesaría.
Muy cierto -convino G...-. Mis pesquisas se basan en esa convicción. Lo primero que hice fue registrar cuidadosamente la mansión del ministro, aunque la mayor dificultad residía en evitar que llegara a enterarse. Se me ha prevenido que, por sobre todo, debo impedir que sospeche nuestras intenciones, lo cual sería muy peligroso.
-Pero usted tiene todas las facilidades para ese tipo de investigaciones -dije-. No es la primera vez que la policía parisiense las practica.
-¡Oh, naturalmente! Por eso no me preocupé demasiado. Las costumbres del ministro me daban, además, una gran ventaja. Con frecuencia pasa la noche fuera de su casa. Los sirvientes no son muchos y duermen alejados de los aposentos de su amo; como casi todos son napolitanos, es muy fácil inducirlos a beber copiosamente. Bien saben ustedes que poseo llaves con las cuales puedo abrir cualquier habitación de París. Durante estos tres meses no ha pasado una noche sin que me dedicara personalmente a registrar la casa de D... Mi honor está en juego y, para confiarles un gran secreto, la recompensa prometida es enorme. Por eso no abandoné la búsqueda hasta no tener seguridad completa de que el ladrón es más astuto que yo. Estoy seguro de haber mirado en cada rincón posible de la casa donde la carta podría haber sido escondida.
-¿No sería posible -pregunté- que si bien la carta se halla en posesión del ministro, como parece incuestionable, éste la haya escondido en otra parte que en su casa?
-Es muy poco probable -dijo Dupin-. El especial giro de los asuntos actuales en la corte, y especialmente de las intrigas en las cuales se halla envuelto D..., exigen que el documento esté a mano y que pueda ser exhibido en cualquier momento; esto último es tan importante como el hecho mismo de su posesión.
-¿Que el documento pueda ser exhibido? -pregunte.
-Si lo prefiere, que pueda ser destruido -dijo Dupin.
-Pues bien -convine-, el papel tiene entonces que estar en la casa. Supongo que podemos descartar toda idea de que el ministro lo lleve consigo.
-Por supuesto -dijo el prefecto-. He mandado detenerlo dos veces por falsos salteadores de caminos y he visto personalmente cómo le registraban.
-Pudo usted ahorrarse esa molestia -dijo Dupin-. Supongo que D... no es completamente loco y que ha debido prever esos falsos asaltos como una consecuencia lógica.
-No es completamente loco -dijo G...-, pero es un poeta, lo que en mi opinión viene a ser más o menos lo mismo.
-Cierto -dijo Dupin, después de aspirar una profunda bocanada de su pipa de espuma de mar-, aunque, por mi parte, me confieso culpable de algunas malas rimas.
-¿Por qué no nos da detalles de su requisición? -pregunté.
-Pues bien; como disponíamos del tiempo necesario, buscamos en todas partes. Tengo una larga experiencia en estos casos. Revisé íntegramente la mansión, cuarto por cuarto, dedicando las noches de toda una semana a cada aposento. Primero examiné el moblaje. Abrimos todos los cajones; supongo que no ignoran ustedes que, para un agente de policía bien adiestrado, no hay cajón secreto que pueda escapársele. En una búsqueda de esta especie, el hombre que deja sin ver un cajón secreto es un imbécil. ¡Son tan evidentes! En cada mueble hay una cierta masa, un cierto espacio que debe ser explicado. Para eso tenemos reglas muy precisas. No se nos escaparía ni la quincuagésima parte de una línea.
»Terminada la inspección de armarios pasamos a las sillas. Atravesamos los almohadones con esas largas y finas agujas que me han visto ustedes emplear. Levantamos las tablas de las mesas.»
-¿Porqué?
-Con frecuencia, la persona que desea esconder algo levanta la tapa de una mesa o de un mueble similar, hace un orificio en cada una de las patas, esconde el objeto en cuestión y vuelve a poner la tabla en su sitio. Lo mismo suele hacerse en las cabeceras y postes de las camas.
-Pero, ¿no puede localizarse la cavidad por el sonido? -pregunté.
-De ninguna manera si, luego de haberse depositado el objeto, se lo rodea con una capa de algodón. Además, en este caso estábamos forzados a proceder sin hacer ruido.
-Pero es imposible que hayan ustedes revisado y desarmado todos los muebles donde pudo ser escondida la carta en la forma que menciona. Una carta puede ser reducida a un delgadísimo rollo, casi igual en volumen al de una aguja larga de tejer, y en esa forma se la puede insertar, por ejemplo, en el travesaño de una silla. ¿Supongo que no desarmaron todas las sillas?
-Por supuesto que no, pero hicimos algo mejor: examinamos los travesaños de todas las sillas de la casa y las junturas de todos los muebles con ayuda de un poderoso microscopio. Si hubiera habido la menor señal de un reciente cambio, no habríamos dejado de advertirlo instantáneamente. Un simple grano de polvo producido por un barreno nos hubiera saltado a los ojos como si fuera una manzana. La menor diferencia en la encoladura, la más mínima apertura en los ensamblajes, hubiera bastado para orientarnos.
-Supongo que miraron en los espejos, entre los marcos y el cristal, y que examinaron las camas y la ropa de la cama, así como los cortinados y alfombras.
-Naturalmente, y luego que hubimos revisado todo el moblaje en la misma forma minuciosa, pasamos a la casa misma. Dividimos su superficie en compartimentos que numeramos, a fin de que no se nos escapara ninguno; luego escrutamos cada pulgada cuadrada, incluyendo las dos casas adyacentes, siempre ayudados por el microscopio.
-¿Las dos casas adyacentes? -exclamé-. ¡Habrán tenido toda clase de dificultades!
-Sí. Pero la recompensa ofrecida es enorme.
-¿Incluían ustedes el terreno contiguo a las casas?
-Dicho terreno está pavimentado con ladrillos. No nos dio demasiado trabajo comparativamente, pues examinamos el musgo entre los ladrillos y lo encontramos intacto.
-¿Miraron entre los papeles de D..., naturalmente, y en los libros de la biblioteca?
-Claro está. Abrimos todos los paquetes, y no sólo examinamos cada libro, sino que lo hojeamos cuidadosamente, sin conformarnos con una mera sacudida, como suelen hacerlo nuestros oficiales de policía. Medimos asimismo el espesor de cada encuadernación, escrutándola luego de la manera más detallada con el microscopio. Si se hubiera insertado un papel en una de esas encuadernaciones, resultaría imposible que pasara inadvertido. Cinco o seis volúmenes que salían de manos del encuadernador fueron probados longitudinalmente con las agujas.
-¿Exploraron los pisos debajo de las alfombras?
-Sin duda. Levantamos todas las alfombras y examinamos las planchas con el microscopio.
-¿Y el papel de las paredes?
-Lo mismo.
-¿Miraron en los sótanos?
-Miramos.
-Pues entonces -declaré- se ha equivocado usted en sus cálculos y la carta no está en la casa del ministro.
-Me temo que tenga razón -dijo el prefecto-. Pues bien, Dupin, ¿qué me aconseja usted?
-Revisar de nuevo completamente la casa.
-¡Pero es inútil! -replicó G...-. Tan seguro estoy de que respiro como de que la carta no está en la casa.
-No tengo mejor consejo que darle -dijo Dupin-. Supongo que posee usted una descripción precisa de la carta.
-¡Oh, sí!
Luego de extraer una libreta, el prefecto procedió a leernos una minuciosa descripción del aspecto interior de la carta, y especialmente del exterior. Poco después de terminar su lectura se despidió de nosotros, desanimado como jamás lo había visto antes.
Un mes más tarde nos hizo otra visita y nos encontró ocupados casi en la misma forma que la primera vez. Tomó posesión de una pipa y un sillón y se puso a charlar de cosas triviales. Al cabo de un rato le dije:
-Veamos, G..., ¿qué pasó con la carta robada? Supongo que, por lo menos, se habrá convencido de que no es cosa fácil sobrepujar en astucia al ministro.
-¡El diablo se lo lleve! Volví a revisar su casa, como me lo había aconsejado Dupin, pero fue tiempo perdido. Ya lo sabía yo de antemano.
-¿A cuánto dijo usted que ascendía la recompensa ofrecida? -preguntó Dupin.
-Pues... a mucho dinero... muchísimo. No quiero decir exactamente cuánto, pero eso sí, afirmo que estaría dispuesto a firmar un cheque por cincuenta mil francos a cualquiera que me consiguiese esa carta. El asunto va adquiriendo día a día más importancia, y la recompensa ha sido recientemente doblada. Pero, aunque ofrecieran tres voces esa suma, no podría hacer más de lo que he hecho.
-Pues... la verdad... -dijo Dupin, arrastrando las palabras entre bocanadas de humo-, me parece a mí, G..., que usted no ha hecho... todo lo que podía hacerse. ¿No cree que... aún podría hacer algo más, eh?
-¿Cómo? ¿En qué sentido?
-Pues... puf... podría usted... puf, puf... pedir consejo en este asunto... puf, puf, puf... ¿Se acuerda de la historia que cuentan de Abernethy?
-No. ¡Al diablo con Abernethy!
-De acuerdo. ¡Al diablo, pero bienvenido! Érase una vez cierto avaro que tuvo la idea de obtener gratis el consejo médico de Abernethy. Aprovechó una reunión y una conversación corrientes para explicar un caso personal como si se tratara del de otra persona. «Supongamos que los síntomas del enfermo son tales y cuales -dijo-. Ahora bien, doctor: ¿qué le aconsejaría usted hacer?» «Lo que yo le aconsejaría -repuso Abernethy- es que consultara a un médico.»
-¡Vamos! -exclamó el prefecto, bastante desconcertado-. Estoy plenamente dispuesto a pedir consejo y a pagar por él. De verdad, daría cincuenta mil francos a quienquiera me ayudara en este asunto.
-En ese caso -replicó Dupin, abriendo un cajón y sacando una libreta de cheques-, bien puede usted llenarme un cheque por la suma mencionada. Cuando lo haya firmado le entregaré la carta.
Me quedé estupefacto. En cuanto al prefecto, parecía fulminado. Durante algunos minutos fue incapaz de hablar y de moverse, mientras contemplaba a mi amigo con ojos que parecían salírsele de las órbitas y con la boca abierta. Recobrándose un tanto, tomó una pluma y, después de varias pausas y abstraídas contemplaciones, llenó y firmó un cheque por cincuenta mil francos, extendiéndolo por encima de la mesa a Dupin. Éste lo examinó cuidadosamente y lo guardo en su cartera; luego, abriendo un escritorio, sacó una carta y la entregó al prefecto. Nuestro funcionario la tomó en una convulsión de alegría, la abrió con manos trémulas, lanzó una ojeada a su contenido y luego, lanzándose vacilante hacia la puerta, desapareció bruscamente del cuarto y de la casa, sin haber pronunciado una sílaba desde el momento en que Dupin le pidió que llenara el cheque.
Una vez que se hubo marchado, mi amigo consintió en darme algunas explicaciones.
-La policía parisiense es sumamente hábil a su manera -dijo-. Es perseverante, ingeniosa, astuta y muy versada en los conocimientos que sus deberes exigen. Así, cuando G... nos explicó su manera de registrar la mansión de D..., tuve plena confianza en que había cumplido una investigación satisfactoria, hasta donde podía alcanzar.
-¿Hasta donde podía alcanzar? -repetí.
-Sí -dijo Dupin-. Las medidas adoptadas no solamente eran las mejores en su género, sino que habían sido llevadas a la más absoluta perfección. Si la carta hubiera estado dentro del ámbito de su búsqueda, no cabe la menor duda de que los policías la hubieran encontrado.
Me eché a reír, pero Dupin parecía hablar muy en serio.
-Las medidas -continuó- eran excelentes en su género, y fueron bien ejecutadas; su defecto residía en que eran inaplicables al caso y al hombre en cuestión. Una cierta cantidad de recursos altamente ingeniosos constituyen para el prefecto una especie de lecho de Procusto, en el cual quiere meter a la fuerza sus designios. Continuamente se equivoca por ser demasiado profundo o demasiado superficial para el caso, y más de un colegial razonaría mejor que él. Conocí a uno que tenía ocho años y cuyos triunfos en el juego de «par e impar» atraían la admiración general. El juego es muy sencillo y se juega con bolitas. Uno de los contendientes oculta en la mano cierta cantidad de bolitas y pregunta al otro: «¿Par o impar?» Si éste adivina correctamente, gana una bolita; si se equivoca, pierde una. El niño de quien hablo ganaba todas las bolitas de la escuela. Naturalmente, tenía un método de adivinación que consistía en la simple observación y en el cálculo de la astucia de sus adversarios. Supongamos que uno de éstos sea un perfecto tonto y que, levantando la mano cerrada, le pregunta: «¿Par o impar?» Nuestro colegial responde: «Impar», y pierde, pero a la segunda vez gana, por cuanto se ha dicho a sí mismo: «El tonto tenía pares la primera vez, y su astucia no va más allá de preparar impares para la segunda vez. Por lo tanto, diré impar.» Lo dice, y gana. Ahora bien, si le toca jugar con un tonto ligeramente superior al anterior, razonará en la siguiente forma: «Este muchacho sabe que la primera vez elegí impar, y en la segunda se le ocurrirá como primer impulso pasar de par a impar, pero entonces un nuevo impulso le sugerirá que la variación es demasiado sencilla, y finalmente se decidirá a poner bolitas pares como la primera vez. Por lo tanto, diré pares.» Así lo hace, y gana. Ahora bien, esta manera de razonar del colegial, a quien sus camaradas llaman «afortunado», ¿en qué consiste si se la analiza con cuidado?
-Consiste -repuse- en la identificación del intelecto del razonador con el de su oponente.
-Exactamente -dijo Dupin-. Cuando pregunté al muchacho de qué manera lograba esa totalidentificación en la cual residían sus triunfos, me contestó: «Si quiero averiguar si alguien es inteligente, o estúpido, o bueno, o malo, y saber cuáles son sus pensamientos en ese momento, adapto lo más posible la expresión de mi cara a la de la suya, y luego espero hasta ver qué pensamientos o sentimientos surgen en mi mente o en mi corazón, coincidentes con la expresión de mi cara.» Esta respuesta del colegial está en la base de toda la falsa profundidad atribuida a La Rochefoucauld, La Bruyère, Maquiavelo y Campanella.
-Si comprendo bien -dije- la identificación del intelecto del razonador con el de su oponente depende de la precisión con que se mida la inteligencia de este último.
-Depende de ello para sus resultados prácticos -replicó Dupin-, y el prefecto y sus cohortes fracasan con tanta frecuencia, primero por no lograr dicha identificación y segundo por medir mal -o, mejor dicho, por no medir- el intelecto con el cual se miden. Sólo tienen en cuenta suspropias ideas ingeniosas y, al buscar alguna cosa oculta, se fijan solamente en los métodos queellos hubieran empleado para ocultarla. Tienen mucha razón en la medida en que su propio ingenio es fiel representante del de la masa; pero, cuando la astucia del malhechor posee un carácter distinto de la suya, aquél los derrota, como es natural. Esto ocurre siempre cuando se trata de una astucia superior a la suya y, muy frecuentemente, cuando está por debajo. Los policías no admiten variación de principio en sus investigaciones; a lo sumo, si se ven apurados por algún caso insólito, o movidos por una recompensa extraordinaria, extienden o exageran sus viejas modalidades rutinarias, pero sin tocar los principios. Por ejemplo, en este asunto de D..., ¿qué se ha hecho para modificar el principio de acción? ¿Qué son esas perforaciones, esos escrutinios con el microscopio, esa división de la superficie del edificio en pulgadas cuadradas numeradas? ¿Qué representan sino la aplicación exagerada del principio o la serie de principios que rigen una búsqueda, y que se basan a su vez en una serie de nociones sobre el ingenio humano, a las cuales se ha acostumbrado el prefecto en la prolongada rutina de su tarea? ¿No ha advertido que G... da por sentado que todo hombre esconde una carta, si no exactamente en un agujero practicado en la pata de una silla, por lo menos en algún agujero o rincón sugerido por la misma línea de pensamiento que inspira la idea de esconderla en un agujero hecho en la pata de una silla? Observe asimismo que esos escondrijos rebuscados sólo se utilizan en ocasiones ordinarias, y sólo serán elegidos por inteligencias igualmente ordinarias; vale decir que en todos los casos de ocultamiento cabe presumir, en primer término, que se lo ha efectuado dentro de esas líneas; por lo tanto, su descubrimiento no depende en absoluto de la perspicacia, sino del cuidado, la paciencia y la obstinación de los buscadores; y si el caso es de importancia (o la recompensa magnifica, lo cual equivale a la misma cosa a los ojos de los policías), las cualidades aludidas no fracasan jamás. Comprenderá usted ahora lo que quiero decir cuando sostengo que si la carta robada hubiese estado escondida en cualquier parte dentro de los límites de la perquisición del prefecto (en otras palabras, si el principio rector de su ocultamiento hubiera estado comprendido dentro de los principios del prefecto) hubiera sido descubierta sin la más mínima duda. Pero nuestro funcionario ha sido mistificado por completo, y la remota fuente de su derrota yace en su suposición de que el ministro es un loco porque ha logrado renombre como poeta. Todos los locos son poetas en el pensamiento del prefecto, de donde cabe considerarlo culpable de un non distributio medii por inferir de lo anterior que todos los poetas son locos.
-¿Pero se trata realmente del poeta? -pregunté-. Sé que D... tiene un hermano, y que ambos han logrado reputación en el campo de las letras. Creo que el ministro ha escrito una obra notable sobre el cálculo diferencial. Es un matemático y no un poeta.
-Se equivoca usted. Lo conozco bien, y sé que es ambas cosas. Como poeta y matemático es capaz de razonar bien, en tanto que como mero matemático hubiera sido capaz de hacerlo y habría quedado a merced del prefecto.
-Me sorprenden esas opiniones -dije-, que el consenso universal contradice. Supongo que no pretende usted aniquilar nociones que tienen siglos de existencia sancionada. La razón matemática fue considerada siempre como la razón por excelencia.
-Il y a à parier -replicó Dupin, citando a Chamfort- que toute idée publique, toute convention reçue est une sottise, car elle a convenu au plus grand nombre. Le aseguro que los matemáticos han sido los primeros en difundir el error popular al cual alude usted, y que no por difundido deja de ser un error. Con arte digno de mejor causa han introducido, por ejemplo, el término «análisis» en las operaciones algebraicas. Los franceses son los causantes de este engaño, pero si un término tiene alguna importancia, si las palabras derivan su valor de su aplicación, entonces concedo que «análisis» abarca «álgebra», tanto como en latín ambitusimplica «ambición»; religio, «religión», u homines honesti, la clase de las gentes honorables.
-Me temo que se malquiste usted con algunos de los algebristas de París. Pero continúe.
-Niego la validez y, por tanto, los resultados de una razón cultivada por cualquier procedimiento especial que no sea el lógico abstracto. Niego, en particular, la razón extraída del estudio matemático. Las matemáticas constituyen la ciencia de la forma y la cantidad; el razonamiento matemático es simplemente la lógica aplicada a la observación de la forma y la cantidad. El gran error está en suponer que incluso las verdades de lo que se denomina álgebrapura constituyen verdades abstractas o generales. Y este error es tan enorme que me asombra se lo haya aceptado universalmente. Los axiomas matemáticos no son axiomas de validez general. Lo que es cierto de la relación (de la forma y la cantidad) resulta con frecuencia erróneo aplicado, por ejemplo, a la moral. En esta última ciencia suele no ser cierto que el todo sea igual a la suma de las partes. También en química este axioma no se cumple. En la consideración de los móviles falla igualmente, pues dos móviles de un valor dado no alcanzan necesariamente al sumarse un valor equivalente a la suma de sus valores. Hay muchas otras verdades matemáticas que sólo son tales dentro de los límites de la relación. Pero el matemático, llevado por el hábito, arguye, basándose en sus verdades finitas, como si tuvieran una aplicación general, cosa que por lo demás la gente acepta y cree. En su eruditaMitología, Bryant alude a una análoga fuente de error cuando señala que, «aunque no se cree en las fábulas paganas, solemos olvidarnos de ello y extraemos consecuencias como si fueran realidades existentes». Pero, para los algebristas, que son realmente paganos, las «fábulas paganas» constituyen materia de credulidad, y las inferencias que de ellas extraen no nacen de un descuido de la memoria sino de un inexplicable reblandecimiento mental. Para resumir: jamás he encontrado a un matemático en quien se pudiera confiar fuera de sus raíces y sus ecuaciones, o que no tuviera por artículo de fe que x2+px es absoluta e incondicionalmente igual a q. Por vía de experimento, diga a uno de esos caballeros que, en su opinión, podrían darse casos en que x2+px no fuera absolutamente igual a q; pero, una vez que le haya hecho comprender lo que quiere decir, sálgase de su camino lo antes posible, porque es seguro que tratará de golpearlo.
»Lo que busco indicar -agregó Dupin, mientras yo reía de sus últimas observaciones- es que, si el ministro hubiera sido sólo un matemático, el prefecto no se habría visto en la necesidad de extenderme este cheque. Pero sé que es tanto matemático como poeta, y mis medidas se han adaptado a sus capacidades, teniendo en cuenta las circunstancias que lo rodeaban. Sabía que es un cortesano y un audaz intrigant. Pensé que un hombre semejante no dejaría de estar al tanto de los métodos policiales ordinarios. Imposible que no anticipara (y los hechos lo han probado así) los falsos asaltos a que fue sometido. Reflexioné que igualmente habría previsto las pesquisiciones secretas en su casa. Sus frecuentes ausencias nocturnas, que el prefecto consideraba una excelente ayuda para su triunfo, me parecieron simplemente astuciasdestinadas a brindar oportunidades a la perquisición y convencer lo antes posible a la policía de que la carta no se hallaba en la casa, como G... terminó finalmente por creer. Me pareció asimismo que toda la serie de pensamientos que con algún trabajo acabo de exponerle y que se refieren al principio invariable de la acción policial en sus búsquedas de objetos ocultos, no podía dejar de ocurrírsele al ministro. Ello debía conducirlo inflexiblemente a desdeñar todos los escondrijos vulgares. Reflexioné que ese hombre no podía ser tan simple como para no comprender que el rincón más remoto e inaccesible de su morada estaría tan abierto como el más vulgar de los armarios a los ojos, las sondas, los barrenos y los microscopios del prefecto. Vi, por último, que D... terminaría necesariamente en la simplicidad, si es que no la adoptaba por una cuestión de gusto personal. Quizá recuerde usted con qué ganas rió el prefecto cuando, en nuestra primera entrevista, sugerí que acaso el misterio lo perturbaba por su absoluta evidencia.
-Me acuerdo muy bien -respondí-. Por un momento pensé que iban a darle convulsiones.
-El mundo material -continuó Dupin- abunda en estrictas analogías con el inmaterial, y ello tiñe de verdad el dogma retórico según el cual la metáfora o el símil sirven tanto para reforzar un argumento como para embellecer una descripción. El principio de la vis inertiæpor ejemplo, parece idéntico en la física y en la metafísica. Si en la primera es cierto que resulta más difícil poner en movimiento un cuerpo grande que uno pequeño, y que el impulso o cantidad de movimiento subsecuente se hallará en relación con la dificultad, no menos cierto es en metafísica que los intelectos de máxima capacidad, aunque más vigorosos, constantes y eficaces en sus avances que los de grado inferior, son más lentos en iniciar dicho avance y se muestran más embarazados y vacilantes en los primeros pasos. Otra cosa: ¿Ha observado usted alguna vez, entre las muestras de las tiendas, cuáles atraen la atención en mayor grado?
-Jamás se me ocurrió pensarlo -dije.
-Hay un juego de adivinación -continuó Dupin- que se juega con un mapa. Uno de los participantes pide al otro que encuentre una palabra dada: el nombre de una ciudad, un río, un Estado o un imperio; en suma, cualquier palabra que figure en la abigarrada y complicada superficie del mapa. Por lo regular, un novato en el juego busca confundir a su oponente proponiéndole los nombres escritos con los caracteres más pequeños, mientras que el buen jugador escogerá aquellos que se extienden con grandes letras de una parte a otra del mapa. Estos últimos, al igual que las muestras y carteles excesivamente grandes, escapan a la atención a fuerza de ser evidentes, y en esto la desatención ocular resulta análoga al descuido que lleva al intelecto a no tomar en cuenta consideraciones excesivas y palpablemente evidentes. De todos modos, es éste un asunto que se halla por encima o por debajo del entendimiento del prefecto. Jamás se le ocurrió como probable o posible que el ministro hubiera dejado la carta delante de las narices del mundo entero, a fin de impedir mejor que una parte de ese mundo pudiera verla.
»Cuanto más pensaba en el audaz, decidido y característico ingenio de D..., en que el documento debía hallarse siempre a mano si pretendía servirse de él para sus fines, y en la absoluta seguridad proporcionada por el prefecto de que el documento no se hallaba oculto dentro de los límites de las búsquedas ordinarias de dicho funcionario, más seguro me sentía de que, para esconder la carta, el ministro había acudido al más amplio y sagaz de los expedientes: el no ocultarla.
»Compenetrado de estas ideas, me puse un par de anteojos verdes, y una hermosa mañana acudí como por casualidad a la mansión ministerial. Hallé a D... en casa, bostezando, paseándose sin hacer nada y pretendiendo hallarse en el colmo del ennui. Probablemente se trataba del más activo y enérgico de los seres vivientes, pero eso tan sólo cuando nadie lo ve.
»Para no ser menos, me quejé del mal estado de mi vista y de la necesidad de usar anteojos, bajo cuya protección pude observar cautelosa pero detalladamente el aposento, mientras en apariencia seguía con toda atención las palabras de mi huésped.
»Dediqué especial cuidado a una gran mesa-escritorio junto a la cual se sentaba D..., y en la que aparecían mezcladas algunas cartas y papeles, juntamente con un par de instrumentos musicales y unos pocos libros. Pero, después de un prolongado y atento escrutinio, no vi nada que procurara mis sospechas.
»Dando la vuelta al aposento, mis ojos cayeron por fin sobre un insignificante tarjetero de cartón recortado que colgaba, sujeto por una sucia cinta azul, de una pequeña perilla de bronce en mitad de la repisa de la chimenea. En este tarjetero, que estaba dividido en tres o cuatro compartimentos, vi cinco o seis tarjetas de visitantes y una sola carta. Esta última parecía muy arrugada y manchada. Estaba rota casi por la mitad, como si a una primera intención de destruirla por inútil hubiera sucedido otra. Ostentaba un gran sello negro, con el monograma de D... muy visible, y el sobrescrito, dirigido al mismo ministro revelaba una letra menuda y femenina. La carta había sido arrojada con descuido, casi se diría que desdeñosamente, en uno de los compartimentos superiores del tarjetero.
»Tan pronto hube visto dicha carta, me di cuenta de que era la que buscaba. Por cierto que su apariencia difería completamente de la minuciosa descripción que nos había leído el prefecto. En este caso el sello era grande y negro, con el monograma de D...; en el otro, era pequeño y rojo, con las armas ducales de la familia S... El sobrescrito de la presente carta mostraba una letra menuda y femenina, mientras que el otro, dirigido a cierta persona real, había sido trazadocon caracteres firmes y decididos. Sólo el tamaño mostraba analogía. Pero, en cambio, loradical de unas diferencias que resultaban excesivas; la suciedad, el papel arrugado y roto en parte, tan inconciliables con los verdaderos hábitos metódicos de D..., y tan sugestivos de la intención de engañar sobre el verdadero valor del documento, todo ello, digo sumado a la ubicación de la carta, insolentemente colocada bajo los ojos de cualquier visitante, y coincidente, por tanto, con las conclusiones a las que ya había arribado, corroboraron decididamente las sospechas de alguien que había ido allá con intenciones de sospechar.
»Prolongué lo más posible mi visita y, mientras discutía animadamente con el ministro acerca de un tema que jamás ha dejado de interesarle y apasionarlo, mantuve mi atención clavada en la carta. Confiaba así a mi memoria los detalles de su apariencia exterior y de su colocación en el tarjetero; pero terminé además por descubrir algo que disipó las últimas dudas que podía haber abrigado. Al mirar atentamente los bordes del papel, noté que estaban más ajados de lo necesario. Presentaban el aspecto típico de todo papel grueso que ha sido doblado y aplastado con una plegadera, y que luego es vuelto en sentido contrario, usando los mismos pliegues formados la primera vez. Este descubrimiento me bastó. Era evidente que la carta había sido dada vuelta como un guante, a fin de ponerle un nuevo sobrescrito y un nuevo sello. Me despedí del ministro y me marché en seguida, dejando sobre la mesa una tabaquera de oro.
»A la mañana siguiente volví en busca de la tabaquera, y reanudamos placenteramente la conversación del día anterior. Pero, mientras departíamos, oyóse justo debajo de las ventanas un disparo como de pistola, seguido por una serie de gritos espantosos y las voces de una multitud aterrorizada. D... corrió a una ventana, la abrió de par en par y miró hacia afuera. Por mi parte, me acerqué al tarjetero, saqué la carta, guardándola en el bolsillo, y la reemplacé por un facsímil (por lo menos en el aspecto exterior) que había preparado cuidadosamente en casa, imitando el monograma de D... con ayuda de un sello de miga de pan.
»La causa del alboroto callejero había sido la extravagante conducta de un hombre armado de un fusil, quien acababa de disparar el arma contra un grupo de mujeres y niños. Comprobóse, sin embargo, que el arma no estaba cargada, y los presentes dejaron en libertad al individuo considerándolo borracho o loco. Apenas se hubo alejado, D... se apartó de la ventana, donde me le había reunido inmediatamente después de apoderarme de la carta. Momentos después me despedí de él. Por cierto que el pretendido lunático había sido pagado por mí.»
-¿Pero qué intención tenía usted -pregunté- al reemplazar la carta por un facsímil? ¿No hubiera sido preferible apoderarse abiertamente de ella en su primera visita, y abandonar la casa?
-D... es un hombre resuelto a todo y lleno de coraje -repuso Dupin-. En su casa no faltan servidores devotos a su causa. Si me hubiera atrevido a lo que usted sugiere, jamás habría salido de allí con vida. El buen pueblo de París no hubiese oído hablar nunca más de mí. Pero, además, llevaba una segunda intención. Bien conoce usted mis preferencias políticas. En este asunto he actuado como partidario de la dama en cuestión. Durante dieciocho meses, el ministro la tuvo a su merced. Ahora es ella quien lo tiene a él, pues, ignorante de que la carta no se halla ya en su posesión, D... continuará presionando como si la tuviera. Esto lo llevará inevitablemente a la ruina política. Su caída, además, será tan precipitada como ridícula. Está muy bien hablar del facilis descensus Averni; pero, en materia de ascensiones, cabe decir lo que la Catalani decía del canto, o sea, que es mucho más fácil subir que bajar. En el presente caso no tengo simpatía -o, por lo menos, compasión- hacia el que baja. D... es el monstrum horrendum, el hombre de genio carente de principios. Confieso, sin embargo, que me gustaría conocer sus pensamientos cuando, al recibir el desafío de aquélla a quien el prefecto llama «cierta persona», se vea forzado a abrir la carta que le dejé en el tarjetero.
-¿Cómo? ¿Escribió usted algo en ella?
-¡Vamos, no me pareció bien dejar el interior en blanco!
Hubiera sido insultante. Cierta vez, en Viena, D... me jugó una mala pasada, y sin perder el buen humor le dije que no la olvidaría. De modo que, como no dudo de que sentirá cierta curiosidad por saber quién se ha mostrado más ingenioso que él, pensé que era una lástima no dejarle un indicio. Como conoce muy bien mi letra, me limité a copiar en mitad de la página estas palabras:
...Un dessein si funeste, S’il n’est digne d’Atrée, est digne de Thyeste.
»Las hallará usted en el Atrée de Crébillon.»
FIN