En el amplio rancho donde funcionaba la comisaría de Capibara-Cué, se encontraban, en la mañana de un cálido verano, los más distinguidos representantes de la autoridad policial lugareña, vale decir, don Frutos Gómez, el comisario; Luis Arzásola, el oficial sumariante, y el cabo Leiva, amén de un agente que cebaba mate para los tres primeros.
La conversación, aburrida por falta de temas, se arrastraba de silencio en silencio, cuando Arzásola, de pronto, interrogó:
— ¿Conoce usted el psicoanálisis, don Frutos?
— No, m’hijo... Ese circo nunca vino por acá.
El cabo Leiva interrumpió diciendo:
— Circo lindo nicó era el Olivood, Joligú que le decían algunos que se daban de leídos. Traiban una mocita alambrera con unos pantaloncitos muy ajustados que sabía hacer unas pruebas de equilibrio muy difíciles.
— ¡Pero, no! No hablaba de eso, yo dije psicoanálisis.
— Ya te dije nicó que el “circo Análisis” no vino por acá, al menos desde que soy comesa-rio. ¿Gringos los dueños, pa?
— ¿Qué dueños?...
— Los del circo... los Análisis esos, pues.
— ¡Oh, señor! Parece que lo hicieran a propósito. Yo dije psicoanálisis, de “psico”, que quiere decir alma y “análisis”, investigación o sea la investigación del alma.
— ¿Y por qué pa no hablás en cristiano, m’hijo?... Yo a esos idiomas extranjeros no los entiendo.
— Yo sí... —dijo el cabo vanidosamente—. ¡Y hay que oír cómo hablamos con el “Mister” ‘e la estancia!
— ¡Pero si apenas sabés la castilla, qué vas a hablar en gringo!— se rió el comisario.
— Y de no, don Frutos. Fasilidá que tiene uno.
— Pero eso es imposible —exclamó el oficial—. ¿Cómo va hablar un idioma sin conocerlo?
— Yo no sé, pero cuando él me ve, me dice “Tuyuyú jú” (Cigüeña negra) y yo le contesto “Juera güey pirú” (Fuera buey flaco). Dispués me dice “Uruguay” y yo le rispondo “Paraguay”...
— iJa...ja!—se lanzó a reír Arzásola—. ¡Qué fantástico! ¿Sabe lo que pasa, comisario?
— No... Y si vos sabés, esplicate, pue...
— Muy bien. El inglés le dice “How do yo’u do”, que quiere decir “¿Cómo le va?” y cree que Leiva le contesta “Very well, thank you”, o sea “Muy bien, gracias”. Entonces se despide diciéndole “Good bye” que significa “adiós” y se va convencido que el cabo le ha contestado lo mismo. Lo que pasa es que en inglés esas palabras se pronuncian muy parecidas a lo que él entiende.
— ¡Vea si serán atravesaos los gringos pa la conversa!—dijo el aludido—. Si alguna ve me nuembran comesario del mundo yo le voy a obligar a todos a que haulen bien, así como haulamos nosotro u séase en castilla o en guaraní, lo idioma’el crestiano y no ese entreviero’e palabras.
— Bien —continuó el oficial— volviendo al psicoanálisis. Es una ciencia muy útil para la policía.
— ¡No me diga! —expresó don Frutos interesado.
— Sí, comisario. Mediante preguntas bien calculadas se con sigue que el delincuente sea delatado en sus respuestas por el subconsciente.
— ¡Qué lástima que aquí no haya subconciente! Supo haber un subcomisario y una vez vino un subteniente pa las elecciones, pero subconciente no conocí... ¿Y qué grado es? ¿Encima’e sargento, pa?
— El subconsciente... —prosiguió el oficial sumariante con inagotable paciencia— es aquella parte de...
— Parate, m’hijo... —interrumpió don Frutos— que aquí viene doña Moncha muy apurada... Vamos a ver qué le pasa.
La noticia que trajo la buena mujer fue que, cerca del boliche, detrás de un corral, habían encontrado malamente herido a don Casiano, el resero, por lo que lo habían llevado, sin pérdida de tiempo, a casa de doña Belén, la curandera.
Rápidamente fueron hacia el rancho de la “médica” y allí hallaron al hombre, con la cabeza y el hombro derecho vendados, en estado de semi-inconsciencia.
— ¿Qué tal, pa, doña Belén? ¿Hay peligro que se corte?...
— No, don Frutos... Ya dentró a bajarle la fiebre, pero va a tener pa rato...
— ¿No dijo nada?...
— Nada, se quejaba nomás...
El comisario lo observó detenidamente y volvió a preguntar:
— ¿Algún hachazo o qué?...
— Pa mí... —respondió la vieja—, un garrotazo que le agarró’e refilón la cabeza y le rompió l’islilla…
— ¡Ah!
— Endemás tenía los bolsillos’e la blusa daos güelta y sin un peso...
— Pa robarlo entonces jue...
— Sí, pero no le encontraron una bolsita llena’e plata que tenía colgada al pecho... Aquí está...
— Güeno —dijo don Frutos—. Voy a llevarla a la comesaría pa que allí la reclame cuando sane. De mientras cuídelo, doña.
— Pierda cuidado, don Frutos, como si juera’e la familia lo voy a tener...
Los policías se despidieron y fueron al lugar donde se había encontrado al herido. Numerosos árboles rodeaban el corral de palo a pique. Muy cerca de él pasaba un tortuoso sendero que, no lejos de allí, empalmaba con el camino real.
— Don Casiano haberá dejao el boliche medio en tranca y agarrao por aquí, como de costumbre, porque es más cerca —expuso el comisario.
— El malhechor, sin duda —intervino el oficial—, lo habrá esperado escondido detrás de esos troncos...
— Así parece —confirmó el superior.
Observaron el lugar donde el hombre había caído. El fino polvo estaba aplastado y conservaba malamente la forma del cuerpo. Unas manchas oscuras eran los rastros que quedaban de la sangre vertida. A su alrededor había confusas pisadas de hombres y animales. Revisaron concienzudamente el lugar y hallaron entre la hierba algunas monedas y una gruesa rama con rojizas señales.
— Con esto le pegaron —exclamó el oficial—. Si pudiéramos sacarle las impresiones digitales.
— No hace falta. Dejame estudear el asunto. Pa mí el creminal lo esperó escondido atrás ‘e ese paraíso y cuando el viejo Casiano pasó le abajó el garrotazo. Felizmente, de apurao o por la escuridá, le erró el viandazo y por eso le agarró el costado’e la cabeza y le rompió el huesito ése del hombro...
— La clavícula, señor...
— Será, pa nosotro es l’islilla. Dispués le revisó y le sacó la plata que encontró en la blusa.
— Si le acierta bien lo dijuntea —afirmó el cabo Leiva.
— Menos mal, así sólo tendremos que meterlo preso por robo y heridas y no por muerte, qu’es cosa más seria...
— Pero antes hay que saber quién es, señor.
— ¡Claro, pues!... Pero ya lo agarraremos. Ande ha de ir el güey que no are...
El comisario fue y habló con don Pedro el bolichero, luego consultó con los parroquianos que habían estado esa noche en el negocio. De un rancho se trasladó a otro, conversó, tomó mate, siguió conversando y tomando mates y cuando hubo efectuado todas sus averiguaciones quedó con dos sospechosos alojados en la comisaría.
Eran dos peones que habían conducido una tropa de hacienda para el carnicero y luego habían permanecido en el pueblo a la espera de otra ‘changa”.
Los dos habían estado en el negocio jugando al monte la noche anterior y salido con intervalos de minutos, un rato antes que don Casiano, y sus explicaciones no eran muy satisfactorias.
Uno decía que como había perdido todo lo que llevaba encima había ido hasta donde se alojaba a buscar más dinero y que, al volver, encontró el negocio cerrado por lo cual volvió a dormir.
El otro dijo que después que perdió los veinte pesos que se había propuesto arriesgar esa noche y para no caer en la tentación salió a caminar y se estuvo un rato largo sentado sobre una piedra a orillas del río.
Ninguno, sin embargo, pudo citar testigos o presentar pruebas en favor de su aserto.
— Pa mí —decía el comisario— es uno de estos dos... L’otra gente qu’estuvo esa noche son gente vieja’el pueblo y no son capaces’e una jechuría mesejante con don Casiano. ¿Y a vos qué te parece, oficial?...
— Yo comparto su opinión, señor...
— Güeno, pero ¿cómo hacemos pa saber quién es?...
— Si usté me deja, don Frutos —dijo el cabo Leiva— yo los hago hablar con una güena estaqueada...
— ¡No sea bárbaro, cabo!—saltó Arzásola—. Hay que proceder con métodos humanos. Déjemelos a mí...
— Güeno —accedió don Frutos— te los dejo hasta mañana. L’único que te pido es que los tengás sin comer y sin darles agua. ¡Total! Un día de ayuno no hace mal a ninguno...
Un poco a regañadientes el oficial consintió a esta última petición y procedió a interrogarlos.
Toda la noche estuvo valiéndose de las preguntas más sutiles sin ningún resultado. Finalmente gritó y amenazó, con gran contento del cabo Leiva y del agente de turno, pero tampoco obtuvo fruto alguno. Cuando, cansado, renunció a su tarea para ir a dormir, no había sacado nada en limpio.
Él también tenía el convencimiento de que uno de los dos era el culpable, pero no acertaba a determinar cuál de ellos era. Desesperado, acudió a sus libros y, a la mañana siguiente, después de saludar a don Frutos, dijo:
— Vea comisario. Ayer no conseguí nada, pero hoy espero tener éxito porque voy a aplicar el psicoanálisis.
— Metele nomás, muchacho... L’único que te repito es que los tengás sin comer y sin agua lo mesmo que si jueran a comulgar. Eso ayuda.
El oficial hizo traer a uno de los detenidos y le dijo:
— Le voy a decir una serie de palabras y usted me va a contestar lo primero que le venga a la cabeza. ¿Entendió?...
—No...
Una y otra vez repitió Arzásola su explicación y al fin logró hacerse entender.
Empezó:
— Blanco.
— Blanco.
— Rancho.
— Rancho.
— ¡Oh! dígame otra cosa, lo primero que se le ocurra.
— Y no se me ocurre nada, pues, sino lo que usté me dice…
Después de luchar media mañana decidió probar con el otro de modo diferente.
— Vea —le dijo—, aquí tiene una serie de palabras. Léalas y abajo de cada una escriba lo que le venga en gana, ¿sabe?...
— Sí, oficial, pero el caso es que no sé escrebir.
Viéndolo sudoroso y fatigado don Frutos le invitó:
— Mirá, mandalo adentro otra vez y descansá un poco...
—Gracias, don Frutos…
Cuando hubo cumplido el mandato y vino a sentarse junto al viejo, éste le preguntó, después de alcanzarle un mate:
— ¿Y cómo pa trabaja el sircoanálisi ése que decís vos?...
— En lo sustancial no es sino el estudio de las palabras o de los actos que dicen o realizan las personas en forma inconsciente, para relacionarlas con un hecho determinado.
— ¡...Cha que sos difísil. m’hijo! ¿Y qué pa e’inconsciente?...
— Lo que se hace sin pensar, en forma habitual y automática..., casi por costumbre, como usted, por ejemplo, cuando está preocupado, se tira de la barba...
— ¡Ajá!...
— Con esos actos el individuo, sin querer, se traiciona y suelta cosas ocultas.
Don Frutos pensó un rato y dijo:
— ¿Sabés que tenés razón, m’hijo? Mirá, no te preocupés má y dejame a mí que yo le voy a aplicar el sircoanálisi. A mí también me gusta el progreso.
Arzásola suspiró resignado y mansamente aceptó.
— Como usted quiera, don Frutos.
La siesta fue calurosa en extremo y los dos detenidos se desesperaban pidiendo agua al inmutable cabo o a los inconmovibles agentes.
Cuando después de su larga siesta apareció don Frutos en el local, ya lo estaba esperando Leiva.
— Mirá —dijo el viejo al cabo—. Andá a traerme unas naranjas, un plato y un cuchillo.
Cuando tuvo las cosas pedidas en su poder, el comisario acomodó sobre la mesa una naranja en un plato y a su lado colocó el cuchillo.
— Hacé pasar al más flaco —ordenó después.
El detenido vino y se quedó esperando, pensando en la clase de suplicio a que sería sometido.
— Sentate allí —invitó don Frutos— y tomate esa naranja. Dispués vamos a hablar.
Brillaron los ojos del sediento al oírlo y después de sentarse empezó a pelar la dorada esfera con todo cuidado, luego la succionó golosamente hasta la última gota, colocando las semillas en el plato.
— Ponete en el rincón y esperá —le dijo don Frutos enseguida.
Mandó al cabo que limpiase el plato y colocara sobre él una naranja y el cuchillo como antes.
Cuando el otro sospechoso oyó la invitación, se arrojó sobre la fruta, le arrancó un pedazo de cáscara de un mordisco y empezó a chuparla a los estrujones.
— Éste es... —sentenció don Frutos—. Metelo otra vez en el calabozo.
Después, dirigiéndose al del rincón, se disculpó:
— Perdoná, m’hijo, l’encerrona, pero tenía qu’encontrar al culpable y vos no tenías a naides que te hubiera visto junto al río, como dijiste. Andate nomás.
Arzásola, que no salía de su asombro, interrogó atónito:
— Pero, don Frutos, ¿cómo puede resolverlo con tanta seguridad? ¿Y si se equivoca?…
— ¡Qué me voy a enquivocar, m’hijo! El sircoanálisi no engaña...
— No entiendo, comisario.
— Sos lerdo, muchacho. ¿No les viste tomar naranjas a esos dos?
— Sí...
— Y güeno, el primero, a pesar de haber pasado desde ayer a la tarde sin probar agua, no se impacientó, peló la fruta con calma y puso las semillas en el plato; el otro, en cambio, anduvo a los empujones, se atropelló todo y tiró las cáscaras y semillas donde cayeran.
— ¿Y eso qué tiene que ver con don Casiano?...
— Que el que lo golpeó fue un atropellado que de puro nervioso le erró el garrotazo a la cabeza y le pegó solamente de refilón; dispués, de apurao, apenas si lo revisó por arribita y se jué... Perdé cuidado que si el culpable hubiera sido el primero no le fallaba ni un negro’e uña y luego le hubiera sacao hasta las medias pa ver si no tenía escondido algo. Estos tipos sin yel, tranquilos como agua’e tanque, son una cosa seria cuando les da por hacerse los malandras.
— Tiene razón, don Frutos.
— Güeno, y ahora vamos al boliche a tomar una cañita...
Salieron y a la media cuadra oyeron un alarido de angustia que erizó los pelos del oficial.
— ¿Y eso?... ¿Oyó, don Frutos?...
— Sí, pero no te apurés, muchacho. Es el cabo Leiva que le está aplicando el sircoanálisi a su modo al malevo ése pa hacerle firmar la confesión y averiguar ande ha escondido la plata que le sacó al viejo.
MODISMOS REGIONALES
• Nicó: voz guaraní sin significado real, pero que se usa para dar mayor énfasis a la expresión: “Yo nicó le dije”, por “Yo le dije”.
• Pa: otra voz guaraní con que se da mayor énfasis a la expresión.
• La castilla: el castellano.
• Hachazo: golpe dado con el filo del cuchillo o facón.
• Islilla: clavícula.
• Viandazo: argentinismo vulgar. Golpe dado generalmente con la parte plana del cuchillo o con cualquier otro objeto contundente.
• Changa: servicio o trabajo que se presta circunstancialmente, a cambio de una retribución; por extensión se designa a toda ganancia inesperada, que llega por vías no habituales.
• Monte: juego de cartas muy popular en nuestra campaña, en el que el banquero saca de la baraja cuatro naipes y volviéndola luego, va descubriendo naipe por naipe hasta que sale uno igual a otro de la mesa, el cual gana sobre su pareja.
• Estaqueada: castigo frecuente en los fortines o en los obrajes; consistía en atar con guaseas frescas, a cuatro estacas, las manos y los pies del hombre condenado a esa pena; al secarse, las guascas se ponían tensas y sometían a un verdadero martirio las coyunturas del reo.
• Encerrona: operación campera, durante la doma, en que otros jinetes encierran al caballo que monta el domador, impidiéndole que se aleje del lugar y facilitando así la tarea.
• Malandra: forma argentina de malandrín: maligno, perverso, bellaco. Designa generalmente a la gente de mal vivir.
• Palo a pique: poste clavado profundamente en la tierra. Los llamados corrales de “palo a pique” estaban constituidos por postes puestos unos a continuación de los otros, lo que les daba gran seguridad para resistir los embates de la hacienda chúcara.
• Ande ha de ir el güey que no are: expresión popular criolla, que se refiere, por extensión, al hombre de malos instintos que en cualquier lugar adonde vaya, fatalmente realizará alguna fechoría. Quiere decir don Frutos que siempre será fácil localizarlo por sus malas andanzas.
• Ni un negro’e uña: ni el pequeño espacio en que, en el extremo de la uña, suele depositarse suciedad. Expresión que responde a un habitual gesto gráfico que, señalando el extremo de la uña, se acompaña con la frase: “ni esto…”
La conversación, aburrida por falta de temas, se arrastraba de silencio en silencio, cuando Arzásola, de pronto, interrogó:
— ¿Conoce usted el psicoanálisis, don Frutos?
— No, m’hijo... Ese circo nunca vino por acá.
El cabo Leiva interrumpió diciendo:
— Circo lindo nicó era el Olivood, Joligú que le decían algunos que se daban de leídos. Traiban una mocita alambrera con unos pantaloncitos muy ajustados que sabía hacer unas pruebas de equilibrio muy difíciles.
— ¡Pero, no! No hablaba de eso, yo dije psicoanálisis.
— Ya te dije nicó que el “circo Análisis” no vino por acá, al menos desde que soy comesa-rio. ¿Gringos los dueños, pa?
— ¿Qué dueños?...
— Los del circo... los Análisis esos, pues.
— ¡Oh, señor! Parece que lo hicieran a propósito. Yo dije psicoanálisis, de “psico”, que quiere decir alma y “análisis”, investigación o sea la investigación del alma.
— ¿Y por qué pa no hablás en cristiano, m’hijo?... Yo a esos idiomas extranjeros no los entiendo.
— Yo sí... —dijo el cabo vanidosamente—. ¡Y hay que oír cómo hablamos con el “Mister” ‘e la estancia!
— ¡Pero si apenas sabés la castilla, qué vas a hablar en gringo!— se rió el comisario.
— Y de no, don Frutos. Fasilidá que tiene uno.
— Pero eso es imposible —exclamó el oficial—. ¿Cómo va hablar un idioma sin conocerlo?
— Yo no sé, pero cuando él me ve, me dice “Tuyuyú jú” (Cigüeña negra) y yo le contesto “Juera güey pirú” (Fuera buey flaco). Dispués me dice “Uruguay” y yo le rispondo “Paraguay”...
— iJa...ja!—se lanzó a reír Arzásola—. ¡Qué fantástico! ¿Sabe lo que pasa, comisario?
— No... Y si vos sabés, esplicate, pue...
— Muy bien. El inglés le dice “How do yo’u do”, que quiere decir “¿Cómo le va?” y cree que Leiva le contesta “Very well, thank you”, o sea “Muy bien, gracias”. Entonces se despide diciéndole “Good bye” que significa “adiós” y se va convencido que el cabo le ha contestado lo mismo. Lo que pasa es que en inglés esas palabras se pronuncian muy parecidas a lo que él entiende.
— ¡Vea si serán atravesaos los gringos pa la conversa!—dijo el aludido—. Si alguna ve me nuembran comesario del mundo yo le voy a obligar a todos a que haulen bien, así como haulamos nosotro u séase en castilla o en guaraní, lo idioma’el crestiano y no ese entreviero’e palabras.
— Bien —continuó el oficial— volviendo al psicoanálisis. Es una ciencia muy útil para la policía.
— ¡No me diga! —expresó don Frutos interesado.
— Sí, comisario. Mediante preguntas bien calculadas se con sigue que el delincuente sea delatado en sus respuestas por el subconsciente.
— ¡Qué lástima que aquí no haya subconciente! Supo haber un subcomisario y una vez vino un subteniente pa las elecciones, pero subconciente no conocí... ¿Y qué grado es? ¿Encima’e sargento, pa?
— El subconsciente... —prosiguió el oficial sumariante con inagotable paciencia— es aquella parte de...
— Parate, m’hijo... —interrumpió don Frutos— que aquí viene doña Moncha muy apurada... Vamos a ver qué le pasa.
La noticia que trajo la buena mujer fue que, cerca del boliche, detrás de un corral, habían encontrado malamente herido a don Casiano, el resero, por lo que lo habían llevado, sin pérdida de tiempo, a casa de doña Belén, la curandera.
Rápidamente fueron hacia el rancho de la “médica” y allí hallaron al hombre, con la cabeza y el hombro derecho vendados, en estado de semi-inconsciencia.
— ¿Qué tal, pa, doña Belén? ¿Hay peligro que se corte?...
— No, don Frutos... Ya dentró a bajarle la fiebre, pero va a tener pa rato...
— ¿No dijo nada?...
— Nada, se quejaba nomás...
El comisario lo observó detenidamente y volvió a preguntar:
— ¿Algún hachazo o qué?...
— Pa mí... —respondió la vieja—, un garrotazo que le agarró’e refilón la cabeza y le rompió l’islilla…
— ¡Ah!
— Endemás tenía los bolsillos’e la blusa daos güelta y sin un peso...
— Pa robarlo entonces jue...
— Sí, pero no le encontraron una bolsita llena’e plata que tenía colgada al pecho... Aquí está...
— Güeno —dijo don Frutos—. Voy a llevarla a la comesaría pa que allí la reclame cuando sane. De mientras cuídelo, doña.
— Pierda cuidado, don Frutos, como si juera’e la familia lo voy a tener...
Los policías se despidieron y fueron al lugar donde se había encontrado al herido. Numerosos árboles rodeaban el corral de palo a pique. Muy cerca de él pasaba un tortuoso sendero que, no lejos de allí, empalmaba con el camino real.
— Don Casiano haberá dejao el boliche medio en tranca y agarrao por aquí, como de costumbre, porque es más cerca —expuso el comisario.
— El malhechor, sin duda —intervino el oficial—, lo habrá esperado escondido detrás de esos troncos...
— Así parece —confirmó el superior.
Observaron el lugar donde el hombre había caído. El fino polvo estaba aplastado y conservaba malamente la forma del cuerpo. Unas manchas oscuras eran los rastros que quedaban de la sangre vertida. A su alrededor había confusas pisadas de hombres y animales. Revisaron concienzudamente el lugar y hallaron entre la hierba algunas monedas y una gruesa rama con rojizas señales.
— Con esto le pegaron —exclamó el oficial—. Si pudiéramos sacarle las impresiones digitales.
— No hace falta. Dejame estudear el asunto. Pa mí el creminal lo esperó escondido atrás ‘e ese paraíso y cuando el viejo Casiano pasó le abajó el garrotazo. Felizmente, de apurao o por la escuridá, le erró el viandazo y por eso le agarró el costado’e la cabeza y le rompió el huesito ése del hombro...
— La clavícula, señor...
— Será, pa nosotro es l’islilla. Dispués le revisó y le sacó la plata que encontró en la blusa.
— Si le acierta bien lo dijuntea —afirmó el cabo Leiva.
— Menos mal, así sólo tendremos que meterlo preso por robo y heridas y no por muerte, qu’es cosa más seria...
— Pero antes hay que saber quién es, señor.
— ¡Claro, pues!... Pero ya lo agarraremos. Ande ha de ir el güey que no are...
El comisario fue y habló con don Pedro el bolichero, luego consultó con los parroquianos que habían estado esa noche en el negocio. De un rancho se trasladó a otro, conversó, tomó mate, siguió conversando y tomando mates y cuando hubo efectuado todas sus averiguaciones quedó con dos sospechosos alojados en la comisaría.
Eran dos peones que habían conducido una tropa de hacienda para el carnicero y luego habían permanecido en el pueblo a la espera de otra ‘changa”.
Los dos habían estado en el negocio jugando al monte la noche anterior y salido con intervalos de minutos, un rato antes que don Casiano, y sus explicaciones no eran muy satisfactorias.
Uno decía que como había perdido todo lo que llevaba encima había ido hasta donde se alojaba a buscar más dinero y que, al volver, encontró el negocio cerrado por lo cual volvió a dormir.
El otro dijo que después que perdió los veinte pesos que se había propuesto arriesgar esa noche y para no caer en la tentación salió a caminar y se estuvo un rato largo sentado sobre una piedra a orillas del río.
Ninguno, sin embargo, pudo citar testigos o presentar pruebas en favor de su aserto.
— Pa mí —decía el comisario— es uno de estos dos... L’otra gente qu’estuvo esa noche son gente vieja’el pueblo y no son capaces’e una jechuría mesejante con don Casiano. ¿Y a vos qué te parece, oficial?...
— Yo comparto su opinión, señor...
— Güeno, pero ¿cómo hacemos pa saber quién es?...
— Si usté me deja, don Frutos —dijo el cabo Leiva— yo los hago hablar con una güena estaqueada...
— ¡No sea bárbaro, cabo!—saltó Arzásola—. Hay que proceder con métodos humanos. Déjemelos a mí...
— Güeno —accedió don Frutos— te los dejo hasta mañana. L’único que te pido es que los tengás sin comer y sin darles agua. ¡Total! Un día de ayuno no hace mal a ninguno...
Un poco a regañadientes el oficial consintió a esta última petición y procedió a interrogarlos.
Toda la noche estuvo valiéndose de las preguntas más sutiles sin ningún resultado. Finalmente gritó y amenazó, con gran contento del cabo Leiva y del agente de turno, pero tampoco obtuvo fruto alguno. Cuando, cansado, renunció a su tarea para ir a dormir, no había sacado nada en limpio.
Él también tenía el convencimiento de que uno de los dos era el culpable, pero no acertaba a determinar cuál de ellos era. Desesperado, acudió a sus libros y, a la mañana siguiente, después de saludar a don Frutos, dijo:
— Vea comisario. Ayer no conseguí nada, pero hoy espero tener éxito porque voy a aplicar el psicoanálisis.
— Metele nomás, muchacho... L’único que te repito es que los tengás sin comer y sin agua lo mesmo que si jueran a comulgar. Eso ayuda.
El oficial hizo traer a uno de los detenidos y le dijo:
— Le voy a decir una serie de palabras y usted me va a contestar lo primero que le venga a la cabeza. ¿Entendió?...
—No...
Una y otra vez repitió Arzásola su explicación y al fin logró hacerse entender.
Empezó:
— Blanco.
— Blanco.
— Rancho.
— Rancho.
— ¡Oh! dígame otra cosa, lo primero que se le ocurra.
— Y no se me ocurre nada, pues, sino lo que usté me dice…
Después de luchar media mañana decidió probar con el otro de modo diferente.
— Vea —le dijo—, aquí tiene una serie de palabras. Léalas y abajo de cada una escriba lo que le venga en gana, ¿sabe?...
— Sí, oficial, pero el caso es que no sé escrebir.
Viéndolo sudoroso y fatigado don Frutos le invitó:
— Mirá, mandalo adentro otra vez y descansá un poco...
—Gracias, don Frutos…
Cuando hubo cumplido el mandato y vino a sentarse junto al viejo, éste le preguntó, después de alcanzarle un mate:
— ¿Y cómo pa trabaja el sircoanálisi ése que decís vos?...
— En lo sustancial no es sino el estudio de las palabras o de los actos que dicen o realizan las personas en forma inconsciente, para relacionarlas con un hecho determinado.
— ¡...Cha que sos difísil. m’hijo! ¿Y qué pa e’inconsciente?...
— Lo que se hace sin pensar, en forma habitual y automática..., casi por costumbre, como usted, por ejemplo, cuando está preocupado, se tira de la barba...
— ¡Ajá!...
— Con esos actos el individuo, sin querer, se traiciona y suelta cosas ocultas.
Don Frutos pensó un rato y dijo:
— ¿Sabés que tenés razón, m’hijo? Mirá, no te preocupés má y dejame a mí que yo le voy a aplicar el sircoanálisi. A mí también me gusta el progreso.
Arzásola suspiró resignado y mansamente aceptó.
— Como usted quiera, don Frutos.
La siesta fue calurosa en extremo y los dos detenidos se desesperaban pidiendo agua al inmutable cabo o a los inconmovibles agentes.
Cuando después de su larga siesta apareció don Frutos en el local, ya lo estaba esperando Leiva.
— Mirá —dijo el viejo al cabo—. Andá a traerme unas naranjas, un plato y un cuchillo.
Cuando tuvo las cosas pedidas en su poder, el comisario acomodó sobre la mesa una naranja en un plato y a su lado colocó el cuchillo.
— Hacé pasar al más flaco —ordenó después.
El detenido vino y se quedó esperando, pensando en la clase de suplicio a que sería sometido.
— Sentate allí —invitó don Frutos— y tomate esa naranja. Dispués vamos a hablar.
Brillaron los ojos del sediento al oírlo y después de sentarse empezó a pelar la dorada esfera con todo cuidado, luego la succionó golosamente hasta la última gota, colocando las semillas en el plato.
— Ponete en el rincón y esperá —le dijo don Frutos enseguida.
Mandó al cabo que limpiase el plato y colocara sobre él una naranja y el cuchillo como antes.
Cuando el otro sospechoso oyó la invitación, se arrojó sobre la fruta, le arrancó un pedazo de cáscara de un mordisco y empezó a chuparla a los estrujones.
— Éste es... —sentenció don Frutos—. Metelo otra vez en el calabozo.
Después, dirigiéndose al del rincón, se disculpó:
— Perdoná, m’hijo, l’encerrona, pero tenía qu’encontrar al culpable y vos no tenías a naides que te hubiera visto junto al río, como dijiste. Andate nomás.
Arzásola, que no salía de su asombro, interrogó atónito:
— Pero, don Frutos, ¿cómo puede resolverlo con tanta seguridad? ¿Y si se equivoca?…
— ¡Qué me voy a enquivocar, m’hijo! El sircoanálisi no engaña...
— No entiendo, comisario.
— Sos lerdo, muchacho. ¿No les viste tomar naranjas a esos dos?
— Sí...
— Y güeno, el primero, a pesar de haber pasado desde ayer a la tarde sin probar agua, no se impacientó, peló la fruta con calma y puso las semillas en el plato; el otro, en cambio, anduvo a los empujones, se atropelló todo y tiró las cáscaras y semillas donde cayeran.
— ¿Y eso qué tiene que ver con don Casiano?...
— Que el que lo golpeó fue un atropellado que de puro nervioso le erró el garrotazo a la cabeza y le pegó solamente de refilón; dispués, de apurao, apenas si lo revisó por arribita y se jué... Perdé cuidado que si el culpable hubiera sido el primero no le fallaba ni un negro’e uña y luego le hubiera sacao hasta las medias pa ver si no tenía escondido algo. Estos tipos sin yel, tranquilos como agua’e tanque, son una cosa seria cuando les da por hacerse los malandras.
— Tiene razón, don Frutos.
— Güeno, y ahora vamos al boliche a tomar una cañita...
Salieron y a la media cuadra oyeron un alarido de angustia que erizó los pelos del oficial.
— ¿Y eso?... ¿Oyó, don Frutos?...
— Sí, pero no te apurés, muchacho. Es el cabo Leiva que le está aplicando el sircoanálisi a su modo al malevo ése pa hacerle firmar la confesión y averiguar ande ha escondido la plata que le sacó al viejo.
MODISMOS REGIONALES
• Nicó: voz guaraní sin significado real, pero que se usa para dar mayor énfasis a la expresión: “Yo nicó le dije”, por “Yo le dije”.
• Pa: otra voz guaraní con que se da mayor énfasis a la expresión.
• La castilla: el castellano.
• Hachazo: golpe dado con el filo del cuchillo o facón.
• Islilla: clavícula.
• Viandazo: argentinismo vulgar. Golpe dado generalmente con la parte plana del cuchillo o con cualquier otro objeto contundente.
• Changa: servicio o trabajo que se presta circunstancialmente, a cambio de una retribución; por extensión se designa a toda ganancia inesperada, que llega por vías no habituales.
• Monte: juego de cartas muy popular en nuestra campaña, en el que el banquero saca de la baraja cuatro naipes y volviéndola luego, va descubriendo naipe por naipe hasta que sale uno igual a otro de la mesa, el cual gana sobre su pareja.
• Estaqueada: castigo frecuente en los fortines o en los obrajes; consistía en atar con guaseas frescas, a cuatro estacas, las manos y los pies del hombre condenado a esa pena; al secarse, las guascas se ponían tensas y sometían a un verdadero martirio las coyunturas del reo.
• Encerrona: operación campera, durante la doma, en que otros jinetes encierran al caballo que monta el domador, impidiéndole que se aleje del lugar y facilitando así la tarea.
• Malandra: forma argentina de malandrín: maligno, perverso, bellaco. Designa generalmente a la gente de mal vivir.
• Palo a pique: poste clavado profundamente en la tierra. Los llamados corrales de “palo a pique” estaban constituidos por postes puestos unos a continuación de los otros, lo que les daba gran seguridad para resistir los embates de la hacienda chúcara.
• Ande ha de ir el güey que no are: expresión popular criolla, que se refiere, por extensión, al hombre de malos instintos que en cualquier lugar adonde vaya, fatalmente realizará alguna fechoría. Quiere decir don Frutos que siempre será fácil localizarlo por sus malas andanzas.
• Ni un negro’e uña: ni el pequeño espacio en que, en el extremo de la uña, suele depositarse suciedad. Expresión que responde a un habitual gesto gráfico que, señalando el extremo de la uña, se acompaña con la frase: “ni esto…”
No hay comentarios:
Publicar un comentario